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La envidia

Mario Martín Lucas
Publicada
Actualizada

Alfredo era un empleado comprometido, le gustaba su trabajo, recibía con frecuencia felicitaciones por sus logros, era de los más reconocidos por sus propios compañeros, sin embargo, a pesar de llevar muchos años como un mando intermedio en su empresa, con merecida fama de buen gestor de recursos humanos, no conseguía ser nominado para los puestos de mayor responsabilidad que todo el mundo daba por hecho que, antes o después, conseguiría.

Alfredo vió como Miguel, Maite e incluso Roberto, con carreras profesionales mucho más limitadas que la suya y menor experiencia, sí conseguían aquello que él anhelaba y creía merecer, lo cual generó, en su interior, una herida que terminó por encallecerse.

Roberto, en poco tiempo, había conseguido ser designado para el puesto que Alfredo optaba desde antes que Roberto fuera un inexperto recién llegado a la empresa. Era un prometedor ejecutivo, bien visto por sus superiores por su alineamiento, que aunque tan solo estaba en el inicio de su carrera profesional, el futuro parecía abrirse ante él, sin embargo, íntimamente, sentía envidia de Alfredo, de su forma de hablar, de su criterio, de su independencia y del reconocimiento que su voz tenía entre sus similares y sus dependientes. Él había conseguido lo que, desde hacia tiempo perseguía Alfredo, sin alcanzarlo, pero aún así, envidiaba el desempeño de aquel.

La metáfora de éste caso, es que después de que Miguel y Maite, en momentos temporales diferentes, pero consecutivos, hubieran conseguido lo que se le negaba a Alfredo, éste descubrió la causa de su herida interior: había llegado a sentir envidia de Roberto, sin poder imaginar que esa misma emoción es la que sentía éste respecto a él. Ambos eran sujetos activos y pasivos de envidia entre sí.

La envidia es un sentimiento tan incómodo que, de forma frecuente, no reconocemos en nosotros mismos: ¿sentir envidia yo?, ¿De quién? ¡En absoluto! ¡Nunca! ¿Por qué tendría que envidiar yo a esa persona?

En el mejor de los casos es habitual oír la expresión de “envidia sana” respecto a lo conseguido por otras determinadas personas, bien por éxito profesional, patrimonial, deportivo e, incluso, afectivo.

Sentir cualesquiera emoción, y la envidia lo es, no es reprobable en si mismo, igual puede suceder con la ira o el odio; lo reprochable estará en los comportamientos que emprendamos a partir de ella.

Piensa en algún episodio reciente que te haya hecho saltar la envidia dentro de ti, quizás al reencontrarte con aquel compañero del colegio, que no parecía demasiado brillante pero heredó el negocio de su padre y supo reconvertir aquellos dos restaurantes en una franquicia de “food fast”, o con la capacidad de hacer cosas de aquel otro que además de triunfante en su trabajo, saca tiempo para ser triatleta y ser reconocido por su personalidad arrolladora.

Cuando ello sucede, cuando la envidia aparece, el primer paso es reconocerlo; para a continuación extraer los mensajes positivos que esa emoción tiene, sin dejar que te domine.

Si experimentas la emoción de la envidia, sana o no, sobre, por ejemplo, los logros deportivos de alguna persona, sé consciente del esfuerzo que hay detrás de ello, con sus horas de entrenamiento y las renuncias a hacer otras cosas para liberar el tiempo necesario para realizarlo, la constancia de un plan para conseguirlo: dieta alimenticia, seguimiento médico, fisioterapia, podología, etc...

Lo mismo podría ocurrir sobre conseguir ciertos estudios o ser capaz de hablar varios idiomas, nada es gratis ni se alcanza con una varita mágica; si realmente esos logros los quieres para ti, ponte a ello, pero para cruzar una meta, antes debes realizar todo el recorrido de la carrera, e incluso los preparativos necesarios antes de situarte en la línea de salida.

Pero por otro lado, tampoco reacciones ante cualquier signo externo que puedas observar en determinada persona, puede ser la compra de determinada vivienda, un coche de gran cilindrada o cualquiera otro bien material. Tú ves ese signo, pero no sabes lo que hay detrás de ello, no conoces la contrapartida. En un mundo como el actual en el que las redes sociales son usadas, en ocasiones, para trasladar imágenes de aparente felicidad y alegría, que muchas veces son poses, debes relativizar el aparente bienestar de los demás y concentrarte en el tuyo propio.

Por raro que te parezca, la emoción de la envidia también te puede ser útil para producir cambios en ti, identificando un modelo hacia el que evolucionar, por ejemplo, la idea de perder algo de peso ante los resultados de una dieta alimenticia en otra persona, pero más allá de expresar ese deseo, debes convertirlo en visión y de ahí, en objetivo.

La envidia puede esconder un cierto regalo dentro de sí, casi un tesoro, indicándonos que algo nos falta; ser consciente de ello, visibilizarlo y bajarlo al terreno de la acción, será el reto, porque si únicamente envidias, sin actuar, solo conseguirás vivir sumergido en el resentimiento.

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