Rara es la familia que no tiene un conflicto. Por regla general las terceras personas son las causantes del alboroto. La armonía suele romperse cuando él o ella dejan de valorar algunos de los aspectos que guarda el protocolo de tu familia política. Todo es mejorable, sí, pero de ahí a pretender que él o ella, o sea, el yerno o la nuera en cuestión, vengan a adueñarse del crucigrama de tu periódico favorito, o a menospreciar las croquetas caseras que con tanto esmero viene haciendo esa suegra desde los tiempos remotos, pues no parece muy protocolario y luego sucede lo que sucede: ¡Felipe, coge a las niñas que nos vamos a casa ahora mismo! (léase en tono malhumorado)

Confieso que yo nunca he sido reina y no llegaré a serlo jamás. Dos poderosas razones me avalan. La primera, por pertenecer al género masculino al cual honro en cuerpo y alma; y la segunda, porque en mi casa se hace siempre lo que yo obedezco. Declaro, por tanto, que la reina del hogar familiar es mi esposa, a la cual me rindo en admiración, motivo éste que me convierte en cónyuge real vitalicio. De manera que esta circunstancia también me obliga a ser suegro consorte y con ello me siento muy a gusto.

Debo decirles que me he tomado esta licencia personal e intimista para ir creando algo de ambiente. Ahora permitan mis admirados lectores que este mi artículo no cruce la línea rosa reservada para otra clase de periodismo, muy respetable, por cierto, pero mi estilo es otro diferente. Dicho esto, y no por ello, en España, como para casi todo, lo de la monarquía es cuestión de matices, lo que viene a significar estar más próximos a la cosa glamurosa de los monarcas que a la ética de lo que representan.

Así pues, una simple cuestión de atractivo en él, y sobre todo en ella, viene a ser el indicador que para buena parte de seguidores avalan la simpatía que sienten hacia los actuales monarcas, Don Felipe y Letizia. El problema viene cuando un gesto, un mal pliegue en el pantalón de él o un peinado nada cool en ella enfría el ambiente entre los admiradores. Y claro, cuando la cosa pasa a mayores, como ha tenido lugar en ese rifirrafe entre Doña Sofía y Letizia, salen a relucir las debilidades humanas.

Desde el punto de vista sociológico lo presenciado hace unos días debilita muy mucho el modelo de familia que se supone debe reinar. Y digo bien lo de reinar porque uno de los pilares que sujeta a la Corona es dar ejemplo de respeto y buena educación ante su pueblo. Luego entre bastidores que saquen las flaquezas de cada cual si viene al caso, y siendo así procurando no levantar mucho la voz por aquello de que las paredes también oyen. El famoso sociólogo Erving Goffman mantuvo la teoría de que la interacción social que transcurre en la vida cotidiana de grupos reducidos (por ejemplo, una familia) se hace mediante la metáfora de una representación teatral, por ello interpretamos el papel que queremos trasmitir. O sea, una performance creada para la audiencia.

Para mí que el rey Felipe VI lo debe estar pasando muy mal. No es para menos. Letizia casi siempre ha estado nominada y la ciudadanía no le va a perdonar el feo ejemplo por cinco razones. Una, ella no es quien para subrogarse del protagonismo que se atribuyó y montar la escena que montó en primera persona. Dos, ella es la consorte real y hoy por hoy no valen prendas. Ha de ir por detrás del monarca. Y aquí no hay machismo que valga ni demás jeringonzas de igualdad de género, porque el protocolo es el mismo para los hombres consortes. Tres, si hubiere o no razones para el arrebato de soberbia hacia Doña Sofía nada justifica el desaire hecho en público que tanto ha indignado a propios y ajenos. Lo presenciado es de una vulgaridad con ausencia total de respeto. Cuatro, el arrebatar el candor de una abuela hacia sus nietas no es de recibo. Y quinto, el reprochable gesto de la princesa Leonor, teniendo en cuenta que es la primera en la línea de sucesión al trono español.

A mí todo esto me ha resultado injurioso y no hace falta ser monárquico para conformarse con lo presenciado. A Don Felipe se le tiene cariño por méritos propios, lo que sucede es que en algunas ocasiones hay terceras personas que siguen faltando el respeto a quienes han dado ejemplo de buenas maneras y de saber estar, como lo es el caso de Doña Sofía. Pero está visto que ni por esas. Es lo que tiene confundir la ética con la estética. Suele pasar.

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