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La mano que piensa

Manuel Angel Fernández Lorenzo
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Actualizada

La pregunta por el “ser de la mano”, para decirlo filosóficamente, es una pregunta que se ha empezado a plantear en la filosofía del siglo XX. No obstante, ya el filósofo griego Anaxágoras había resaltado la importancia de las manos como los órganos del cuerpo humano que nos han hecho más inteligentes que los animales. Pero es, sobre todo, en la famosa obra de Heidegger Ser y Tiempo, donde se vuelve a poner en primer plano filosófico la importancia de la mano, pues, en ella, el filósofo alemán la introduce para contraponerla a la vista, en el sentido de que nuestra relación inmediata con el mundo no se da a través de lo que está disponible “a la vista”, sino a través de lo que está “a mano”. Heidegger critica con ello a la llamada Metafísica Occidental que, desde Platón, habría lastrado el entendimiento de nuestra relación con el mundo al considerar los objetos como algo que se entiende en tanto que se relaciona esencialmente con la vista, con las Ideas o visiones que tenemos de ellos a través, no de los sentidos, sino de la razón, entendida como una visión o contemplación ideal de los prototipos de las cosas.

Para Heidegger, influido por la Fenomenología de Husserl, una descripción más ajustada de la relación de los humanos con las cosas que los rodean, entendidos esencialmente como seres existiendo ahí (Dasein), no es principalmente una relación meramente visual, sino una relación a través de utensilios (martillos, hachas, etc.), cuyo manejo requiere la consideración de las habilidades manuales. Por ello, para Heidegger, la comprensión del mundo es antes manual que puramente “mental”. Es antes pre-comprendido el mundo en tanto que nos manejamos inconscientemente en él, que cuando posteriormente nos lo representamos conscientemente en nuestra “mente” por medio de imágenes cerebrales. Por ello el tacto debe preceder a la vista en la génesis de nuestra posición en el mundo. El mundo como lo dado “a mano” debe preceder al mundo entendido como lo dado “ante los ojos”.

La filosofía occidental, según esto, ha sido marcada por un prejuicio visual, configurándose como lo que Heidegger llama una “metafísica de la presencia”, generada por el platonismo, pero que habría sido mantenida y reforzada incluso por el realista Aristóteles, el cual interpretó la conocida frase de Anaxágoras (“el hombre es el más sabio de los seres vivos porque tiene manos”) en el sentido de que las extraordinarias habilidades manuales de los humanos sólo podían explicarse como derivadas de la mayor capacidad y tamaño del cerebro humano, en el cual residía principalmente una “mente” en la que entran las ideas como copias de las cosas a través de la vista por un proceso de abstracción. La moderna Antropología evolucionista, sin embargo, ha corregido a Aristóteles dando la razón a Anaxágoras, pues el mayor tamaño y capacidad del cerebro humano, en comparación con el de nuestros parientes más cercanos, los simios, sería debido a la aparición de una mano exenta y progresivamente más hábil tras la consolidación de la bipedestación en los homínidos, como prueba la mano reconstruida de la famosa australopiteca Lucy. El libro de Frank R. Wilson, La mano: de cómo su uso configura el cerebro, el lenguaje y la cultura humana (Barcelona, 2002) ofrece amplia información sobre la actual consideración del estudio de la mano en la moderna Anatomía biomecánica, neurológica y funcional, a la vez que recoge los avances de la Paleo-antropología evolucionista más reciente.

A todo esto, se ha unido hace unos años la publicación en español de un extraordinario libro de un importante e internacionalmente reconocido arquitecto finlandés, Juhani Pallasmaa, titulado La mano que piensa. Sabiduría existencial y corporal en la arquitectura (Gustavo Gili, Barcelona, 2012), en el cual se trata de analizar el papel central de la mano en la artesanía, en la escritura literaria y en la propia arquitectura, de la que el autor es un eximio representante. Pallasmaa se apoya en los análisis de La mano, de Frank Wilson, -del que, en el capítulo final de Agradecimientos, resalta su importancia en la recopilación del material y los temas para su libro-, para escribir este libro, en el que, según sus propias palabras, analiza:
“la esencia de la mano y su papel crucial en la evolución de las destrezas humanas, de la inteligencia y de las capacidades conceptuales. Tal como sostengo en este libro –con el apoyo de muchos otros autores-, la mano no es únicamente un ejecutor fiel y pasivo de las intenciones del cerebro, sino que más bien tiene su intencionalidad, su conocimiento y sus propias habilidades. El estudio de la importancia de la mano se amplia de un modo más general hacia la importancia de la personificación en la existencia humana y del trabajo creativo”.

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