Opinión

Henri Walker

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Hasta aquí hemos llegado, pensó Henri Walker mientras se adentraba en un pub cualquiera de esos de luces de neones en la ciudad de Nueva Orleans. Su vida era la desolación de la mediocridad, el mayor de cuatro hermanos e hijo de un abogado de oficio que se había casado, tras la muerte de mamá, con su mejor amiga. En la escuela  no fraguó amistades, sino golpes y vejaciones por sus ademanes afeminados y su voz tartamuda y chillona que trabajó en vano con la logopeda.



Ya en la Universidad, su padre cinceló su estancia en la facultad de arquitectura, pues veía en el la satisfacción de sus deseos maltrechos. A Henri nunca le gustó la carrera, sin embargo, estudiaba impulsado por un afán luciferino alimentado en casa y azuzado por las chicas de clase cuyas miradas jamás se posaron en él.



Un vez terminada la carrera, encontró trabajo en un prestigiosos estudio donde los becarios como él trabajaban a destajo para que se fijaran en ellos. Le hicieron un contrato de 40 horas semanales de las que trabajaba 50.  Un día recibió un correo de la firma norteamericana que acaba de fusionarse con el estudio. En él se pedía a todos sus empleados que se sometieran a un examen de inglés que coordinaba el nuevo departamento de recursos humanos. Henri hablaba un inglés macarrónico y no pasó la prueba. Era el día 3 de abril del año 2014, tenía 30 años y su vida apenas ocupaba dos párrafos del currículo donde su nivel medio de inglés no era más que un tizón en su biografía.



En la barra pidió un Gin Tonic y se sentó en una esquina desde donde divisaba aquel estrecho y oscuro lugar. Sólo había un hombre mayor amarrado a un vaso de Whisky que sostenía  su cabeza entre las manos y movía circularmente su pie derecho. Una puta bajó la escalera y entró en el local, se dirigió al Barman y éste me señaló.

 

Me sorprendí en una habitación de un tercer piso que solo contaba con un colchón grande y una mesita de noche. Aquella fulana tenía la vagina tan seca que su servicio parecía un sobre de sexo en polvo. Mas llegado a la cima de su fracaso, no se amedrentó y accedió a su carne por el sendero del desierto hasta llegar al oasis del gemido mil veces proferido. A cada acometida- embestida- Elsia cerraba un poco más los párpados cansada de trabajar y esperaba que su cliente terminara pues eran las 7:00 y tenía que llevar a su hijo a clase. 



Al día siguiente, Henri, volvió persiguiendo a su sombra e hizo exactamente lo mismo que llevaba haciendo cuatro años, pero ella, no regresaría más.  En su vaso solo se reflejaba el cadáver de un hombre demasiado joven para morir por una mujer cuyo rostro no recordaba.