En plena meseta, en plena España vacía, érase un hombre envuelto en un traje…





Así empieza 'Los mariachis', pero no estamos en México, ni suenan los temas de Jorge Negrete o Vicente Fernández, sino la música “tecno” que Jesús (Francisco Reyes), ‘pincha’ ejerciendo de D.J., en un pueblo entre cerca y lejos de la capital, donde consume sus días junto a sus dos hermanos, Raúl (Emilio Tomé) recién separado de su mujer y emprendedor, a su pesar, atrapado por la ruina de una granja de avestruces, y Santos (Luis Bermejo) cuyo horizonte se limita a seguir siendo uno de los dos cabezudos en las fiestas del pueblo. El silencio se corta con la voz de Jesús que pregunta por …”el sitio ese donde van las mujeres cuando os dejan”.





El título, a modo de trampantojo, es el mismo que el de la peña del pueblo a la que pertenecían los personajes protagonistas en su juventud, pero realmente tiene que ver con la afección al término “mariachi”, que es como se conoce a quienes hacen de testaferros en las famosas SICAV que se han desarrollado en el mundo de las finanzas para recoger las prebendas de una menor tributación alentadas desde el poder, que se han desarrollado al albur de los casos de corrupción que han asolado nuestra sociedad en los últimos años, prevaricación por aquí, levantamiento de bienes por allá y cohecho por acullá, terreno en el que a pesar nuestro, tenemos todos un máster, aunque sea vía telediario.





Pablo Remón utiliza referencias de la actualidad, para acercarse al personaje del político corrupto, siendo capaz de mostrarnos su cara más humana, aún dentro de lo despreciable: sí, robó para otros y también, por supuesto, para él; le utilizaron, ó mas exactamente se dejó utilizar; componiendo una elegía para cuyo final utiliza una cita cierta, conocida “post mortem”, de un famoso protagonista de la crisis sufrida, aún a nuestro pesar.





El texto tiene unos evidentes sabores cinematográficos a “road movie”, en una meseta vacía de población, pero llena de molinos de viento del siglo XXI, en el que el protagonista, Germán (Israel Elejalde) un político corrupto, vuelve a su pueblo para peregrinar junto con sus primos en la procesión de San Pascual Bailón, tras sufrir una aparición de éste en un guiño al surrealismo de Berlanga o Buñuel, teñido con los sabores de Almodovar.





La escenografía de Mónica Boromello busca representar esa gran extensión de la meseta despoblada, utilizando el gran espacio disponible de la sala negra de “Los teatros del Canal”, situando una abigarrada cocina en el fondo, llena de cachorros con apariencia de no funcionar en su mayoria, rodeada de un gran espacio vacío, por donde llega a transitar la procesión, junto con otros elementos donde se recrean escenas que transcurren en diferentes tiempos, pasados o futuros, todo ello coronado por la iconoclasta imagen del toro de Osborne en algunos pasajes del espectáculo; sin conseguir dar sensación de optimizar todo el espacio disponible.





Las interpretaciones rayan a gran altura, con un Luis Bermejo magnífico en la construcción del personaje del primo que vive obsesionado por organizar las fiestas de su pueblo, ser protagonista del desfile de los cabezudos, y recaudar fondos para la hermandad del santo, es sencillo pero no simple, simpático pero pillo y el responsable último del humor que destila la obra, construyendo con Israel Elejalde una escena divertida y sorprendente en la que recrean una conversación absurda pero hilarante, en un bar de copas de la ciudad, tras ser conocida la imputación de corrupción a Germán.



Elejalde vuelva a darnos muestras de su gran capacidad interpretativa, siendo la herramienta de Pablo Remón para acercarnos a ese político corrupto que se nos muestra desde fuera, pero también desde dentro.





Francisco Reyes y Emilio Tomé realizan también un gran trabajo, desdoblando sus personajes, dando, éste, voz y piel al hijo de nueve años de Germán, extremo que logra recrear con credibilidad y gracia.





Pablo Remón ha construido un entretenido sainete tragicómico en el que reconocemos nuestra contemporaneidad y lo hace a través de un elemento muy utilizado en la tradición española: el esperpento, aunque lo más dramático de su propuesta es que le ha bastado hacer narrativa de los hechos que suceden, porque en este campo de la corrupción, la realidad supera la más abrupta de las ficciones; con el mérito añadido de que un teatro público lo programe y represente…¡nos felicitamos por ello!.

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