Miguel de Cervantes escribió su inmortal novela Don Quijote de la Mancha, que se convirtió en un análisis indirecto del alma española a través de las divertidas y aleccionadoras aventuras de sus dos personajes principales, Quijote y Sancho.

En principio, el éxito que tuvo en España fue como una entretenida burla de las medievales novelas de caballería, en unos tiempos de inicio de la modernidad en los que las costumbres medievales empezaban a quedar fuera de tiempo.

Pero la importancia de España entonces, como gran potencia europea, hizo que dicha obra trascendiese sus fronteras y se tradujese al inglés. Y fue allí, en tierra entonces enemiga, donde tuvo un éxito y una interpretación diferente. Se la vio como una crítica a un defecto estructural que afectaba de lleno a la médula del entonces imparable expansionismo imperialista español.



Don Quijote era un trasunto del proyecto político utópico español, que pretendía un imperialismo católico cuyo sentido, como sostenía Gustavo Bueno, era recubrir a sus dos enemigos principales: el Islam y el Protestantismo.

Pero este recubrimiento, para ser finalmente victorioso, precisaba de un avance continuado hacia el Occidente (“Plus Ultra), primero por el Atlántico (América) y luego por el Pacífico (Las Islas Filipinas, Japón, China), que recuerda el avance del Imperio de Alejandro hacia el Oriente, por la India, impulsado al parecer por el conocimiento que tenían los griegos de la redondez de la Tierra, a la que se proponía circuncidar. Alejandro pretendía demasiado para sus efectivos poderes y por ello fracasó en su proyecto imperial sin límites.



Ya Nietzsche habría dicho que los españoles habían querido ser demasiado. Como le ocurrió a Alejandro, su deseo de poder y de justicia plasmado en Leyes (lo que ahora se denominan los derechos humanos) y Empresas (el proyecto de Conquistar China) era demasiado grande para sus recursos militares y económicos.

Acabaron quedándose en las Filipinas, explotando el comercio oriental de especies a la espera de mejor ocasión. De Europa debieron de retirarse tras las victorias de la rival Francia y de los Protestantes en Holanda e Inglaterra. Quedaba América. Era entonces el Imperio español realmente existente, a partir del cual España podría reforzarse para rehacerse de sus derrotas en Europa.



Pero entonces vino la Decadencia de los Austrias, que nos conduciría, tras el afrancesamiento borbónico, a la perdida de la parte mayor del Imperio en las Guerras Napoleónicas. Dicha Decadencia se debe a muchos factores, pero hay dos que destacan: el mantenimiento de los ideales del Absolutismo monárquico y el retraso en la renovación científica y filosófica. Inglaterra y Francia, con sus transformaciones políticas, nos rebasaron ampliamente en la constitución de un poder político más adecuado para el nacimiento de las modernas sociedades industriales.

Y el retraso científico y filosófico frenó la constitución de una sociedad industrial necesaria para eliminar la pobreza y el atraso económico. Fue Inglaterra, quien puso en marcha el proyecto de Francis Bacon de sustituir los milagros de la religión por los más efectivos milagros de las ciencias positivas.

A su vez nunca pretendió crear un Imperio como fin para dominar el mundo, sino como un medio para obtener las necesarias materias primas (algodón, etc.) para el desarrollo del naciente capitalismo industrial, creador de la primera sociedad con poderosa y prospera clase media.

En tal sentido recuerda a un imperialismo más semejante al romano que al alejandrino, Pues los romanos no se propusieron nunca acrecentar su poder sin límite, sino que, donde encontraban un gran rio, el desierto o el Océano, ahí se detenían y se fortificaban frente a la barbarie exterior. Su poder se revertía principalmente en el Mediterráneo, en el que impusieron una Pax romana y sus más civilizadas costumbres.

España recuerda más a Rusia.

Destacan en común su situación periférica en Europa, su lucha secular de frontera contra el Islam, su duda cíclica en torno a su identidad europea, su dificultad para salir de su atraso medieval y su recurso al “quijotismo”, que en Rusia se manifestó con fuerza tras la Revolución soviética con la construcción fallida del Comunismo, como solución válida universalmente para la sacar de la miseria y de la explotación a todos los pueblos de la Tierra.

Por eso, ante la superación de la denominada leyenda negra que proponen algunos y para no caer sin darse cuenta de nuevo en la leyenda rosa, convendría volver al final del libro de Cervantes en el que Don Quijote recobra la cordura y, regenerándose, desiste de intentar nuevas salidas.

Pues el quijotismo hoy está todavía vivo en la izquierda utópica o en los locos separatistas que pretenden iniciar aventuras revolucionarias nacionales, cuando su tiempo ya ha pasado. La derecha es más bien sanchopanzista.

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