Herbert Spencer, el pensador mundialmente leído de la época victoriana, fue uno de los grandes filósofos ingleses, aunque hoy esté prácticamente olvidado incluso en su propio país. Solo Margaret Thatcher se acordó de sus propuestas liberales de limitar la creciente estatalización de la vida pública con la pretensión, manifestada ya en su tiempo por Spencer, de privatizar hasta el servicio de Correos. Autor de una filosofía sistemática, era un modelo de filósofo positivista que todo lo analizaba y trataba de explicar de modo racional. Se decía de Spencer que “no era un hombre; era un intelecto”. Sin embargo, algo de hombre si tenía, pues llegó a mantener una relación amorosa con la famosa poetisa y novelista George Eliot. Además, lejos de llevar una vida de filósofo anacoreta, Spencer solía recalar por las tardes en el Ateneo, el gran club literario londinense, situado hoy todavía cerca de Picadilly Circus, donde jugaba al billar y conversaba con ilustres conocidos como Thomas Huxley, el llamado “bulldog de Darwin”. Huxley, al enterarse de que Spencer había escrito una tragedia, no pudo menos de exclamar jocosamente que la idea de una tragedia de Spencer debía consistir en algo así como “una deducción asesinada por un hecho”.
Una idea similar de tragedia nos puede servir para entender lo que que algunos ven en la crítica situación española en la que nos encontramos: un imponente edificio constitucional, aprobado en 1978, basado en unos Principios jurídicos propios de un régimen democrático-liberal, de los cuales se deducen con racionalidad unas normas de la convivencia política que son finalmente acuchilladas, en la Autonomía catalana y otras, por un “hecho” político, el separatismo creciente. El asesinato empezó por las normas lingüísticas, marginando al idioma español común, el castellano; se continuó con la eliminación de la enseñanza de la Historia común a los españoles, y está acabando con la persecución de los propios derechos ciudadanos comunes a la nación. Si queremos entender tal hecho asesino, habrá que preguntar por su génesis, por cómo se ha llegado a semejante situación. Hay que volver, por ello, a recordar el origen de todo esto para romper el maleficio que parece paralizar hasta a Presidentes del Gobierno, como vimos en el caso más sorprendente del señor Rajoy, imagen triste de la impotencia, que alcanza rasgos surrealistas, de todo un Estado ante la rebelión de una minoría separatista fanatizada.
Decimos surrealista porque nos viene a la memoria una situación similar de una famosa película de Luis Buñuel, El Angel Exterminador, en que se produce un hecho inesperado que impide abandonar la casa, de modo incomprensible, como si de un sortilegio se tratara, a unos miembros de la alta sociedad, reunidos en una mansión durante una velada nocturna. La situación se va degradando hasta unos límites que muestran las bajezas propias de la condición humana. Entonces, a alguien se le ocurre recordar el momento en que se produjo el encierro que les impide salir de la casa. Se da cuenta que eso ocurrió cuando una pianista interpretaba una pieza musical. Tratan entonces de volver a repetir la escena consiguiendo vencer el sortilegio y salir de la mansión, en torno a la cual la policía y las multitudes se habían agrupado masivamente alertados por la extraña situación. De la misma manera que en la película, debemos volver a recordar cuando se produjo el momento en que el Gobierno de la nación empezó a estar preso de los separatistas. De tal forma que, repitiendo ese momento, podamos ver claramente la forma de conjurarlo y encontrar la salida de la trágica situación en que nos encontramos.
Dicho momento tuvo lugar cuando no se encuentra más solución para acceder al gobierno nacional que los pactos con los denominados partidos nacionalistas, eliminado y desprestigiado un Adolfo Suarez que, al margen de sus aciertos y errores, representaba al comienzo de la Transición un potente electorado de centro por primera vez en la Historia de la democracia en España. De esos polvos vienen, de modo imprevisto para tantos, los lodos de la actual rebelión separatista y de la parálisis del Gobierno de la nación. La culpa última no está en uno u otro partido, sino en el poder soberano propio de una democracia, que es el voto del elector conformador de las mayorías parlamentarias de las últimas décadas. Ese elector se ha caracterizado por apoyar mayoritariamente posiciones de izquierda (PSOE) o de derecha (PP), pero ha despreciado todas las propuestas de volver al centro. Eso ha ocurrido de forma continuada en las últimas décadas y solo en las últimas encuestas parece que ese voto está cambiando de forma espectacular hacia un partido o movimiento, como Ciudadanos, que busca la reconstrucción del espacio político de centro. Quizás sea este el sortilegio que nos hará salir de la situación de impotencia en que se encuentra el Gobierno central.