Crítica teatral a "La Ternura" producción de Teatro de la Ciudad con texto original y dirección de Alfredo Sanzol, exhibida en el Teatro de la Abadía.
Nada más perfecto que la sencillez de aquella vieja fábula, revestida de cuento, que ha ido pasando de boca en boca de padres a hijos, generando asombros, sonrisas y felicidad en cada uno de los niños que la incorporaron a su recuerdos para, como adultos, trasladarla a su prole.
"La Ternura" es un alarde de talento y sencillez de Alfredo Sanzol, autor de un texto que funciona perfectamente, que consigue mantener la atención del espectador, con habilidad, inteligencia y un atinado sentido del humor. Construyendo una fábula sobre la exposición de asumir los riesgos de amar, sus consecuencias y sus hechos, ya que ternura, según el autor, son las caricias, la escucha, los pequeños gestos, las sonrisas, los besos, la espera, el respeto, la delicadeza, etc…
En los tiempos de la "Armada Invencible" española, una madre que odia a los hombres está dispuesta a evitar que sus dos hijas sufran por razón de éstos, aprovechando una tempestad para hundir el barco en el que viajan y dirigirse a una isla desierta en la que evitar la presencia de hombres el resto de su vida, pero en su mismo destino se refugiaron, hace veinte años, un padre y sus dos hijos, con la firme decisión de alejarse de cualquier mujer; ahí comienzan los enredos, los pseudo-engaños, las confusiones, los malentendidos y, por supuesto, los enamoramientos.
La sencillez que marca la perfección del texto es también utilizada al elegir un escenario absolutamente limpio, sobre el que se deja destacar un colorido vestuario, siendo ambas áreas responsabilidad de Alejandro Andújar, que encuentra en la sugerente iluminación de Pedro Yagüe el mejor aliado para conseguir los adecuados enmarques, de la noche al día y de la realidad a la fantasía.
Todo lo anterior subordinado a ensalzar el buen trabajo coral de los actores, habituales, en su mayoría, en los anteriores trabajos de Sanzol, con Elena Gonzalez (La Reina Esmeralda) sobria componiendo una especie de doña erre que erre, Natalia Hernández (La Princesa Salmón) y Eva Trancón (La Princesa Rubí) muy divertidas, ambas, sabiendo exhibir la complejidad de sus personajes, Juan Antonio Lumbreras (El leñador marrón) desarrollando un rol que le va muy bien a sus cualidades para la comedia, Javier Lara (El Lañador azul cielo) capaz de recrear una inocencia realmente enternecedora y Paco Déniz (El Leñador Verdemar), muy acertado en la dualidad de su personaje, quien nos sorprende con una escena de gran complejidad en la que da verosimilitud, con los gestos de su cuerpo, a una voz que no le es propia, como por arte de magía.
Todos ellos son capaces de recrear por si mismos, con la complicidad de la imaginación del público, elementos cuya aparición en escena se describe, sin necesidad de ser visualizados por los espectadores, haciendo uso únicamente de la palabra y de sus interpretaciones: el acantilado, el volcán, la playa, el arbusto donde esconderse, etc…
Alfredo Sanzol compone un guiso más que sabroso, con materias primas shakespearianas, y aromas pamploneses con sabor a calderete, sorprendiendo con continuos recursos, apariciones, desapariciones y la magia de la sencillez, incluyendo, a modo de postre, un alarde final, con un punto de descontrol y locura, que termina por conseguir la cuadratura del círculo. Todo un deleite para los sentidos de cualquier aficionado teatral.