A pocas horas del desembarco del Aquarius en el puerto de Valencia, el título de este post puede parecer lo que los italianos llaman una 'battuta', es decir, una bromita, pero no lo es, y espero convencer al lector de este blog en las siguientes líneas. 

Y es que Pedro Sánchez aspira justamente a parecerse a la némesis de Donald Trump (Justin Trudeau), y en el plano ideológico y en el estético probablemente logre un parecido notable con el canadiense. Sin embargo, creo que el mayor activo de Pedro Sánchez no es ni sus ideas ni su atractivo, sino precisamente lo contrario: lo son sus cicatrices.

Y por sus cicatrices no me refiero a las cicatrices visibles en su cutis por el acné juvenil, sino a las cicatrices que la crisis del "no es no" y su posterior defenestración del Partido Socialista le habrían dejado y de las que puede presumir hasta el punto de que a día de hoy encabeza las encuestas electorales, después de recorrerse España entera al volante de un Peugeot 407 liderando una campaña de tono populista entre las bases, recuperar el control del partido y medir bien los tiempos para derrocar a Rajoy con una oportuna moción de censura.

Con este accidentado e improbable recorrido, Pedro Sánchez puede presentarse ante los electores como un ser humano: alguien que ha asumido riesgos, ha perdido, se ha levantado y ha ganado, después de cerrar victorioso sus heridas. Exactamente igual que Donald Trump durante su exitosa campaña electoral en 2016.

Todos los rivales de Donald Trump, de forma miope, apuntaron al hecho de que Trump no era apto para liderar los Estados Unidos por haber sufrido varias bancarrotas: en la última de ellas (en 2004) Trump llegó a declarar pérdidas de 500 millones de dólares por las deudas de varios de sus casinos en Atlantic City. Sin embargo, los electores percibieron el hecho de perder 500 millones de dólares y volver a levantarse después como un signo inequívoco de respetabilidad que le distinguía de forma visible de sus rivales en las primarias: insulsos políticos de carrera que llevaban años encadenando puestos como gobernadores o congresistas, siempre arropados por el Partido Republicano.

Una vez asegurada la victoria en las primarias, Trump hubo de enfrentarse a Hillary Clinton: la "aparachi" por antonomasia. El duelo presidencial de Trump con Clinton guarda más similitudes con el duelo entre Sánchez y Díaz por liderar el PSOE en el aspecto de que en ambos casos los ganadores eran 'outsiders' que llegaron a sacudir el sistema que en el hecho de que Clinton y Díaz fuesen mujeres. Clinton y Díaz fueron siempre mimadas por sus partidos, y ambas tenían en común la buena sintonía que inspiraban entre el 'status quo'. Esta sintonía, que muchos (incluyendo aparentemente las propias Clinton y Díaz) percibían como una fortaleza, fueron en última instancia su perdición: las primarias y las redes sociales han cambiado decididamente el juego.

En el mundo antiguo, la honorabilidad de los héroes estaba íntimamente ligada a la asunción de riesgos. El ejemplo extremo de héroe de la antigüedad -como bien señala Nassim Taleb en su último ensayo de próxima aparición titulado "Skin in the Game"- fue Juliano el Apóstata, quien no solamente intentó (sin éxito) revertir la revolución religiosa iniciada por Constantino para volver al paganismo, sino que fue alcanzado por una jabalina encabezando a sus tropas en la guerra contra los persas.

Es fácil argumentar que uno de los males del mundo moderno es otorgar 'status' no a aquéllos que han hecho algo para merecerlo, arriesgando su pellejo por el camino (aún en sentido figurado), sino a personajes que encajan dentro de ciertos moldes preconcebidos de lo que se entiende como "respetabilidad". Es por ello que si el auge de Trump y de Sánchez han de augurar un retorno a las buenas tradiciones de nuestros ancestros, bienvenido sea.

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