Hace unos diez años un grupo de veteranos trabajadores de una empresa con fama de solvencia, compartían recuerdos, a modo de recuento sobre lo que habían conseguido en sus, ya largas, vidas laborales. Uno de ellos, lleno de pragmatismo, reconoció que él, realmente, lo único que tenía era su puesto de trabajo ya que sin ello, su vida, y los signos externos de ella, no sería la misma.





Mariano Rajoy después de treinta y siete años de vida política, subido al coche oficial, y siete años presidiendo el Gobierno de España, ha sido el primer ex-presidente que ha renunciado a las prebendas como tal, a las que sí se acogieron sus antecesores (Felipe Gonzalez, José María Aznar y José Luis Rodriguez-Zapatero), lo cual suena bien por su parte, incluso ejemplarizante, aunque lo que subyace debajo de ello es su propio sentimiento patrimonialista respecto al trabajo, o al menos a ciertos puestos laborales, ya que él es registrador de la propiedad… ¡faltaría más! y ha mantenido su plaza como tal al frente del de Santa Pola.





La medida política más contestada a Rajoy fue su Reforma Laboral que hizo saltar por los aires los derechos históricos de los trabajadores en España, mantenidos desde mitad del siglo XX, sacrificados en el altar de lo que se dio en llamar flexibilización, que no era otra cosa que despidos baratos y devaluación salarial, priorizando los intereses empresariales por encima de la necesaria protección del factor trabajo.





Claro que las consecuencias de la Reforma Laboral con el peligro de pérdida de empleos, que han experimentado una gran parte de españoles en sus propias carnes en estos años, a través de la posibilidad prevista en dicha Ley de poder plantear ERE’s en cualquier empresa, amparándose, simplemente, en necesidades organizativas, no afectó a quienes tienen su puesto de trabajo en propiedad, como los colegas del Sr. Rajoy en los registros, los notarios o algunos otros similares. Porque en esto, como en tantas cosas, “todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros”.





El expresidente tiene sesenta y tres años, y esa edad se ha convertido, casi, en una quimera para muchos empleados que han dado sus mejores años a las empresas en las que han trabajado toda su vida, para cuando llegan a sus años de mayor vulnerabilidad, ser expulsados del mercado de trabajo, pero no será el caso del Sr. Rajoy, quien al mismo tiempo que pasará a la historia como el primer ex-inquilino del palacio de La Moncloa que renuncia a sus derechos como tal. Nos trasladará a todos el ejemplo de lo que hacer para tener una vida laboral bajo control: preparar oposiciones a registros o notarías, cómo él y como sus hermanos Enrique, Mercedes y Luis. 

Claro que las mil plazas de registradores que hay en España, y las tres mil de notarios, no parecen ser suficientes para paliar el desempleo de los tres millones y medio de españoles que buscan un mejor futuro, a pesar de las bondades con las que se anunció la Reforma Laboral aprobada por el Gobierno del Sr. Rajoy, a consecuencia de la cual aquel veterano trabajador que, hace diez años, reconocía que su único patrimonio era su puesto de trabajo, ya no lo tiene, a su pesar, igual que aquellos compañeros con los que departía, claro que todos ellos no tuvieron un padre juez que se ocupase de ponerles en el adecuado camino de los registros y las notarías, ya que fuera de ese ámbito nadie tiene garantizado su futuro en el mundo laboral español, y la pregunta es …¿somos más libres que ayer o menos?, porque la desigualdad es evidente. 

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