Últimamente, al pensar en todo este episodio del rey emérito y las cintas de Corinna, me invade una vaga y extraña sensación de irrealidad, como la de quien escucha los apagados estampidos de un frente de guerra lejano pero amenazador, o la de quien aguarda inerme, sin saber hacia dónde huir, los efectos de una nube radioactiva que se acerca tan invisible como letal. Quizá sea porque la complejidad asunto supera a mi capacidad de comprensión política, o porque siento la insignificancia de un ciudadano cualquiera cuando poderosas voluntades mueven sus fichas para inducir grandes cambios.

Hasta donde puedo colegir, Alguien, o alguienes, en alguna parte, ha decidido asestar un golpe quizá fatal a la monarquía española, pues es difícil creer que estos disparadores se accionen por casualidad. Desisto de intentar comprender qué razones o intereses puede haber detrás, pero ahora más que antes me cuesta seguir despreciando cierta teoría conspirativa según la cual hay una voluntad de debilitar Europa debilitando a sus estados. Y no me cabe duda de que, derrocada nuestra monarquía, España será un país aún más débil.

Décadas atrás me consideraba antimonárquico --aunque no republicano-- porque no le veía utilidad a tener un rey casi únicamente para representación exterior. Pero tras vivir varios años en una república comprendí que esa fórmula podía ser aún peor, porque la elección popular de dos estamentos políticos, gobierno y presidente, en lugar de sólo el gobierno, introduce un factor extra de potencial desequilibrio, como el que la masa de los grandes planetas crea en la órbita de los pequeños, haciéndolas excéntricas y desiguales. Un riesgo de inestabilidad que considero innecesario correr, ya que nuestro rey, al menos, no tiene color político. Claro es que a mí no me acompleja ser un súbdito real.

Pero volviendo al turbio "affair Corinna", y sin entrar en las posibles corruptelas que haya detrás, parece claro que, en el aspecto personal, el mayor problema se le presenta a Felipe VI. Un problema de primera especie. Este hombre ya hace años cometió la felonía --es mi opinión-- de juzgar y condenar a su hermana Cristina antes de que lo hicieran los tribunales, dando así gratuito pábulo a las sospechas que sobre ella recaían y, peor aún, contribuyendo a erosionar la ya maltrecha validez, en España, del principio de presunción de inocencia. Dudosamente moral, eso de anteponer a la familia un supuesto interés del Estado, porque por encima del ser regio siempre está el ser humano, y los lazos de sangre bien merecían, como poco, haber esperado a la sentencia judicial. Quizá un día no muy lejano Felipe VI será sólo Felipe Borbón y entonces tendrá que responder ante los suyos, ante sí mismo y, si es creyente, puede que también ante Dios.

Pues bien: con estos antecedentes, ahora se le presenta un dilema más "hamletiano" aún: o guardarle lealtad a su padre en este trance conforme supongo le pide la conciencia, o abjurar de él y darle la espalda conforme la asepsia política recomienda y el vulgo enfebrecido reclama. En cualquier caso, fea salida se le ve al asunto, y de consecuencias quizá graves. Por un lado, ¿qué puede hacer ahora al padre para proteger la posición del hijo? Ya renunció a la corona, y sólo se abdica una vez. ¿Va a largarse de España, a quitarse de en medio? Por el otro, ¿querrá el hijo redimir al padre, o entregarlo a los perros? Si Felipe VI ya ni asoma la cabeza estos días, cuando llegue todo el enfangue judicial, ¿va a esconderse bajo la mesa?

No sé, la verdad, si este rey tiene el carácter necesario para reinar en estos tiempos revueltos para la corona. No puede pasarse el resto de su reinado dando un respingo cada vez que una mancha familiar le salpica la camisa, ni humillando la testa cuando el secesionismo lo insulta. Si no puede aceptar todo el legado Borbón, con su haber y su debe, quizá debería rechazarlo de pleno. Personalmente, veo una bobada que la familia real tenga que ser inmaculada, o incluso ejemplar; ése me parece un argumento frentepopulista para ponérselo imposible a la monarquía y justificar su derrocamiento, porque apuesto a que nunca tendremos un presidente de la república más limpio que este rey. En el fondo, no es la corrupción Borbón lo que a muchos molesta, sino el recuerdo de la guerra que perdieron sus mayores.

Por desgracia, tampoco sé hasta cuándo la institución monárquica podrá resistir, porque sus poderosos enemigos se han propuesto acabar con ella y el discurso simplista que manejan va permeando las maleables mentes de la ciudadanía, que cada vez más percibe la figura del rey como una afrenta personal. Nuestra monarquía está tocada y no es improbable que este escándalo suponga el principio del fin del régimen actual. Aunque esa es otra: a ver quién le pone el cascabel a ese gato. ¡Menudo lío!

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