¿Es “Hereditary” una de las mejores películas de terror de este siglo?. Es discutible, pero lo que sí es evidente es que constituye una de las propuestas más sólidas y estimulantes de los últimos años. Un film incrustado en un género que, salvo excepciones como esta, suele estar plagado de subproductos que ante la ausencia del talento que requiere hacer pasar miedo al espectador, recurren a la casquería y demás pirotecnia a la búsqueda de delirios colectivos frente a sensaciones íntimas y turbadoras, que en este caso concreto afortunadamente se alcanzan.
“Hereditary” traza una senda que de partida constituye un sólido drama familiar para poco a poco irse deslizando por los meandros del terror y lo paranormal. Es este su gran valor añadido, ya que partiendo de una historia potente, pero no necesariamente terrorífica, nos va llevando a un terreno donde acabas pasando puro miedo.
No obstante, aun manteniendo unas fuertes señas de identidad, el film es reconocible en el espejo de grandes clásicos del género como “La semilla del diablo” (1968) en algunas situaciones o “El resplandor” (1980) en la estética de algunos de sus planos. Pero también bebe de otros autores menos obvios, acertando a ver algunas pequeñas dosis estilísticas del cine de Terrence Malick, junto al estilo insano y enfermizo de Yorgos Lanthimos, con quien conecta muy especialmente en su última película “El sacrificio de un ciervo sagrado” (2017).
Otro pilar fundamental son las interpretaciones de sus protagonistas, convincentes, inquietantes y cada uno desarrollando un rol interpretativo propio diferente del resto. Transmiten a la perfección los miedos y sufrimientos de su situación en un escenario que por momentos se torna claustrofóbico e insano y en el que como espectadores no acabamos de tener toda la información de lo que ocurre, lo que incrementa nuestra sensación de desasosiego.
Un film que se ve con incomodidad y tensión, jalonado por algún buen susto y que si no llega a la categoría de magistral es en parte por unos minutos finales que hacen descarrilar la historia hacia unos ámbitos exagerados y no muy fieles a lo que nos había mostrado previamente.
No duden, vayan a verla, creo que uno de los mejores motivos para ir al cine, sentarse en una sala oscura y ver una película en una pantalla gigante, con un sonido que te ataca por todos lados, es la posibilidad de sentir una emoción tan fuerte como la de pasar miedo, algo que difícilmente uno puede conseguir en toda su dimensión sentado en el salón de su casa. Y es que, qué bien lo pasa uno pasándolo tan mal.