El marido de Begoña Gómez

Pedro Sánchez y Begoña Gómez, su esposa, a su llegada al concierto de The Killers en el FIB. Efe

No hace falta ser un experto en lenguaje no verbal para advertir lo mucho que Pedro Sánchez se gusta a sí mismo, y ya desde sus primeras apariciones en público, hace varios años, cualquier observador atento pudo darse cuenta de ello; una impresión que sigue confirmándose una y otra vez con cada nueva imagen suya que nos muestran los medios. Su narcisismo parece de tal magnitud que hasta resulta enternecedor, y no sería extraño que llegara a hacer leyenda. La colección de fotos e imágenes del presidente guapo no tiene desperdicio, desde las gafas oscuras a lo Tom Cruise hasta sus manos varoniles, pasando por su sonrisa de autosatisfaccion o esa voz engolada con que imita a Sean Connery, y basta repasarlas para ver a un hombre encantado de haberse conocido, que no deja de mirarse a sí mismo en un espejo imaginario repitiéndose aquello que su mujer le habrá dicho tantas veces: "¡Qué guapo eres, Pedro!"

Por supuesto, en sí nada tiene de malo que el presidente del gobierno sea, o se crea, un Adonis; es decir: no lo tendría si no fuera porque el narcisismo que tal apostura ha hecho madurar en su carácter parece ocupar por completo su mente, lo cual resulta un obstáculo para la gran responsabilidad que el cargo entraña. No hay foto o corte de vídeo, por breve que sea, lo mismo cuando se entrevista con Torra que cuando recibe a la Merkel o se sienta en su escaño del Congreso, en donde su pose o sus ademanes no hagan sugerir que sólo una idea ocupa su mente: "¡hay que ver qué guapo soy!" Pero, claro, no se puede estar a las tajadas y al plato, así que esa actividad cerebral nos la escamotea al resto de los españoles; y él no parece dotado de capacidad multiproceso.

De hecho, es público y notorio -como dicen los cursis- que el señor Sánchez no ha llegado a la Moncloa por sus propios méritos, ni por su inexistente programa de gobierno ni, desde luego, porque los españoles lo hayamos votado en las urnas. No; en el fondo, yo barrunto que él está ahí porque su mujer le transmitió la idea de que, siendo mucho más guapo que Rajoy, no era justo ni razonable que se quedara en mucho menos; y él, claro, la creyó. Y ahí lo tenemos. De manera que, de confirmarse mis sospechas, si a alguien le debe el haber llegado a presidente pese a su medianía intelectual, la fuerte oposición en su partido y la minoría absoluta que tiene en el Congreso, es a Begoña Gómez por haberle inducido la ambición que lo empujó a superar dichos obstáculos, hasta el punto de torcer, contra todo pronóstico, los aparentes designios del destino. Bien es sabido que donde hay una voluntad, hay un camino. 

Así, pues, ¿cómo no estarle ahora agradecido? Difícilmente se le puede reprochar que la coloque en un buen puesto, y quizá aún no lo hayamos visto todo. En el fondo, además, son ellas quienes dan las instrucciones. No le faltaba razón a quien dijo que el éxito de los hombres puede casi siempre atribuirse a las mujeres que están detrás. Por eso a nadie debería extrañar el hecho de que, en realidad, nuestro actual presidente del Gobierno no fuese Pedro Sánchez, sino el marido de Begoña Gómez.