Un lazo amarillo pintado en el comercio de la madre de Rivera.

Un lazo amarillo pintado en el comercio de la madre de Rivera. Twitter

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Lazos amarillos

Mario Martín Lucas
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La libertad de expresión es uno de los conceptos en los que más se sublimina el derecho individual de cada persona, de hecho uno de los principios que inspiraron el pensamiento de la ilustración lo enunció Voltaire. Para reconocerlo, según su biógrafa Evelyn Beatrice Hall, al afirmar "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo", significando que el desacuerdo sobre una opinión no exime el reconocimiento a ella y quien, o quienes, la expresen.

Dicho lo anterior y desde la discrepancia, se debe respetar el derecho de cualquier persona, en Cataluña o fuera de ella, a llevar un lazo amarillo prendido sobre su ropa, queriendo expresar con ello la adhesión a una idea, lo cual incluye la petición de libertad a cualesquiera políticos presos. Hacerlo es un ejercicio de la libertad individual y nada hay que decir sobre ello.

Pero otra cuestión es la usurpación del espacio público, invadiéndolo de cientos o miles de lazos amarillos, más grandes ó más pequeños, reprochando a quien los quite, inclusive en los espacios privados de las personas, como ha sucedido con el dueño de un negocio de hostelería en Blanes, que retiró los que invadían su fachada, a cuenta de lo cual ha tenido que soportar agravios absolutamente improcedentes.

¿Acaso la libertad de una persona o personas deben imponerse a las de otras? Sin entender que limite de la libertad de un sujeto se sitúa donde comienza la de los otros y que el espacio público debe administrarse conciliando las sensibilidades, e intereses de todos.

Exhibir un lazo amarillo como vínculo con un determinado pensamiento es una cuestión, pero imponer dicha simbología en la vía pública, agrediendo la voluntad de personas que no tienen por qué estar de acuerdo con ello, es restringir los derechos de estos, y si, además, las fuerzas del orden que deberían velar por los derechos de todos los ciudadanos pierden su neutralidad, exigiendo la identificación de las personas que optan por retirarlos, sin haber exigido el mismo requisito a quienes los pusieron, supone patrimonializar las calles, que deben ser de todos, intimidando a los discordantes. Esto se acerca peligrosamente a comportamientos excluyentes, dolorosamente recordados en nuestra Europa.

El régimen nazi que gobernó Alemania, inundó sus calles de símbolos, donde la esvástica negó cualquier otra opinión u opción, asignando etiquetas a los que identificó como diferentes, desde el triángulo rosa como marca a los homosexuales, al azul para los emigrantes o el marrón a los gitanos, hasta la estrella amarilla para los judíos. Y en pleno siglo XXI las calles de Cataluña han sido ocupadas de lazos de aquel mismo color, buscando identificar a todas las personas que no los luzcan en sus solapas o se sientan reacios a su presencia en la vía pública.

Goebbels, responsable máximo de la propaganda nazi, dejó algunas de sus citas, en forma de píldoras sobre su quehacer, que parece han hecho fortuna en forma de pseudoimitadores, desde aquella de "Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá" a la más descriptiva de "Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además tienen gran facilidad para olvidar".

El último paso dado alrededor de la imagen de los lazos amarillos ha sido una campaña publicitaria, realizada sobre marquesinas y expositores propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, donde tales símbolos aparecen dados la vuelta, dejando ver la imagen de lo que parece una soga, acompañada de la leyenda "Si vivim, vivim …per trepitjar els caps del reis", que significa "Si vivimos, vivimos …para pisar las cabezas de los reyes", que puede ser calificada de cualquier cosa, menos de sutil metáfora.

El president de la Generalitat es la primera autoridad del Estado en Cataluña, y como tal debe velar por garantizar la convivencia cívica de todos quienes allí habitan e, incluso, de quienes ocasionalmente deambulen por sus calles, y los lazos amarillos no pueden ser un elemento de contaminación de la vía pública. El Sr. Torra preside Cataluña con el apoyo del 47% de quienes participaron en las últimas elecciones autonómicas, pero no debe olvidar que su obligación es velar por los intereses de todos, lleven, o no, lazos amarillos en sus solapas.

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