Cartel de la obra 'Un enemigo del pueblo'

Cartel de la obra 'Un enemigo del pueblo'

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Un enemigo del pueblo

Mario Martín Lucas
Publicada

¿Está todo el mundo preparado para participar del sufragio universal? Se tiene la información suficiente para ello? ¿Se conocen todas las alternativas? ¿Somos realmente libres a la hora de ejercer el derecho al voto? ¿Es legítimo votar pensando más en los intereses propios que en el bien común? ¿Qué somos capaces de callar a cambio de la supervivencia propia?

Henrik Ibsen escribió su obra Un enemigo del pueblo a final del siglo XIX (1882), en la cual, su protagonista, el Dr. Stockmann, denuncia que la principal fuente de actividad económica y de ingresos de su pueblo. Concretado en el balneario al que acuden miles de personas, tiene sus aguas contaminadas y es un peligro cierto para la salud; quedando aislado y sólo en la denuncia de ello, enfrentándose a todos sus vecinos. En ese pulso entre la ética, la mentira y sus intereses, el protagonista es derrotado y debe abandonar el pueblo, en una paradoja en la que toma cuerpo una de las citas más célebres del autor: “El hombre más fuerte del mundo es el que está solo”.

Àlex Rígola utiliza la idea del texto de Ibsen para plantear un ágora en el espacio de El Pavón Teatro Kamikaze, rompiendo la cuarta pared que supone el límite entre el escenario y la platea. Así, incentiva el debate sugerido desde unas cuantas frases de los personajes/actores que desarrollan la trama, creada por Ibsen. Israel juega el papel de Stockmann, Irene es la alcaldesa del pueblo (poder político), Nao y Óscar miembros del periódico local (poder mediático) y Fran, la voz del hombre medio, que representa a la moderada masa, además de ser el presidente de los autónomos de la localidad y presidente de la asociación de propietarios. 

Ética vs interés personal es el dilema que se aborda, atravesado con una derivada, polémica, que también forma parte del debate, sobre el sufragio universal, deslizando la sutil pregunta: ¿Todo el mundo está capacitado para ejercer el derecho al voto, con sentido crítico suficiente y alejados de sus propios intereses personales o la simple simpatía por los candidatos? Aunque las preguntas a hacerse a continuación sean: ¿Quién decidiría quien está preparado para votar? ¿Quién, o quienes, expedirían los títulos de votantes capacitados?

Al acomodarnos en nuestras localidades se nos entrega, junto con el programa de mano, dos cartulinas, una verde con la serigrafía de un "sí" y una roja donde aparece un "no", y a los pocos minutos se nos pide nuestra participación, haciendo uso de esas cartulinas para responder a tres preguntas lanzadas a quemarropa: ¿Creéis en la democracia? ¿Debería El Pavón Teatro Kamikaze poder decir lo que piensa asumiendo incluso las posibles consecuencias con la Administración? ¿Estáis dispuestos a terminar ahora mismo la función como acto reivindicativo por la libertad de expresión?

La escenografía, responsabilidad de Max Glaenzel, más que minimalista, es muy austera. Solo se utiliza un encerado donde aparece pintado un pequeño dibujo descriptivo del pueblo y la ubicación del balneario. Se dedica una parte a registrar en él los resultados de las votaciones a las que se invita a participar a los asistentes, convertidos en miembros de la asamblea, mas allá de espectadores. Además de una mesa y varios globos blancos en los cuales aparecen las letras que componen la palabra griega ethiké (ética), atados todos ellos a un soporte, que queda fijado a la mesa gracias al peso de tres garrafas de agua.

El trabajo de los actores (Israel Elejalde, Irene Escolar, Francisco Reyes, Nao Albert y Óscar de la Fuente) es correcto, siendo todos ellos conocidos y sobradamente reputados, aunque en esa ruptura que propone Rígola, de la cuarta pared, poniendo más de sí mismos que de los personajes, hay quien deja ver más de sí que otros. Hubiera sido más que interesante que el anuncio de participación de Willy Toledo se concretara, sobre todo por el rol de reflejo de Stockman que el director y adaptador pensaba hacer entre Elejalde y Toledo, en una dualidad más que estimulante de haber podido ser paladeada.

Muy interesante el planteamiento de Alex Rígola y la complicidad del Kamikaze para llevarlo adelante. Si bien el riesgo de convertir al público, con sus propias reflexiones y su participación, en parte de la trama tiene una incidencia en el resultado final, con la gran evocación de que cada función es, y será siempre, distinta.

El momento del alegato de Israel, defendiendo los argumentos de Stockman, brilla por sí mismo y, quizás, se echa en falta una contrarréplica, al mismo nivel, de alguno de los personajes del texto de Ibsen.

En todo caso, nuestro aplauso para la valiente decisión de haber realizado una propuesta como ésta superando los límites habituales del teatro, aún habiendo aligerado en exceso el original de Un enemigo del pueblo. Acudan a ese ágora, participen y voten, porque ¿en usted qué predomina, autocensura o libertad?

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