A menudo se piensa que el progreso -los avances en educación, el estado del bienestar y el desarrollo de las libertades, entre otros factores- resolverá de manera natural algunos de los conflictos que arrastra la humanidad desde tiempos remotos.

Los sesudos debates que mantendrían los ilustrados en el siglo XVIII para promover la abolición de la esclavitud no debían diferir demasiado de los que hoy genera la prostitución. La esclavitud era una práctica usual y económica en el mundo, más antigua que la prostitución porque las apetencias sexuales se satisfacían con las esclavas y a las mujeres se les negaba el alma y la razón. Aristóteles creía imprescindible la esclavitud para que los hombres libres pudieran dedicarse a la política. Sin embargo, esa idea no encajaba en el nuevo orden político y económico del liberalismo ilustrado. En Inglaterra, el cuáquero Thomas Clarkson recorrió durante siete años 35.000 kilómetros para difundir los horrores del esclavismo. Hoy no hace falta cabalgar porque los medios de comunicación dan buena cuenta de la terrible vida de las mujeres prostituidas.

La esclavitud no falleció de muerte natural. Progresivamente, los países -los gobiernos, las instituciones y los políticos- tuvieron que implicarse y abolirla expresamente. Eso no quiere decir que esté totalmente finiquitada. En el siglo XXI se ha documentado la compra- venta de esclavos en Mauritania y Sudán.

Sin duda, hay quien pensaba que la prostitución desaparecería de nuestra sociedad de forma natural. Nos ha preocupado y ocupado poco un problema complejo, con muchas aristas y que no genera el consenso social, aunque la mayoría de las 400.000 mujeres prostituidas sean inmigrantes indocumentadas, atrapadas en las mafias y redes que trafican con personas. Cuatro millones de niñas y mujeres son vendidas y compradas cada año en el mundo. La prostitución es el segundo negocio más boyante, después del tráfico de drogas. Poco importa que los organismos internacionales y el propio Parlamento español considere que la prostitución, el tráfico y la trata de mujeres merman la dignidad de la mujer y suponen una forma de violencia de género.

La sociedad se da de bruces con una realidad terrible: en España hay más mujeres prostituidas que nunca y viven en condiciones que se asemejan a la esclavitud. Ni el progreso ni la libertad sexual ha finiquitado de manera natural con el problema. Por el contrario, un informe del Congreso y el Senado advierte sobre el alarmante incremento de la demanda de prostitución entre los jóvenes.

Quienes creemos que los problemas no desaparecen solos estamos en ello. Con la misma oposición de siempre. Hay que hacer algo definitivo ya sea para eliminarlo o al menos castigarlo duramente o para regularizarlo.

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