Ted Kennedy.

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El escándalo de Ted Kennedy

Gerardo Gonzalo Pérez
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Con un año de retraso respecto a su estreno en Norteamérica, llega a nuestras pantallas el primer acercamiento serio a una de las tragedias de los hermanos Kennedy, en este caso la del menor, Ted. Se trata del accidente de tráfico en el que se vio involucrado y que causó la muerte de su acompañante en el vehículo, una antigua secretaria de su hermano Robert Kennedy.

El título original de la película “Chappaquiddick” hace referencia al lugar de los hechos, y la primera reflexión sobre el argumento, previa a su visionado, es que extrañamente un hecho tan excepcional, dentro de una familia tan especial y llena de momentos trágicos, no había tenido una traslación seria a la gran pantalla, cuando son infinidad las películas y series de televisión que de forma directa o tangencial han diseccionado cada uno de los trágicos sucesos relacionados con los Kennedy. Parece que dado que el año que viene se cumplen 50 años del acontecimiento, y Ted Kennedy falleció en 2009, era hora de revisar este momento trágico y posiblemente vital en el devenir de la historia contemporánea de EEUU.

Ted Kennedy siempre estuvo a la sombra de sus dos brillantes hermanos, pero en un momento dado, el trágico final de ambos le llevó a ocupar una posición de cabeza de familia que quizás le vino demasiado grande. Y es ese sentimiento de no estar a la altura de las expectativas y ser heredero del peso de un legado asolado por la permanente sombra de la tragedia y al mismo tiempo, engrasado por una maquinaria que alimentaba las ambiciones familiares, lo que pretende contar una película a través de un hecho concreto y determinante.

El problema es que el planteamiento y expectativas que el film aborda, si bien pueden ser consideradas aceptables en lo conceptual, no desprenden fuerza alguna a la hora de ser llevadas a imágenes.

Por un lado, el protagonista, Ted Kennedy, no digo que esté mal interpretado por Jason Clarke, con el que además hay un notable parecido físico, pero al final a quien recrea es a un pusilánime, alguien temeroso, dubitativo, falto de carácter y coraje, y claro está, salvo que se raye la perfección, cosa que aquí no sucede, la radiografía de un personaje de estas características puede contagiar el ritmo de una historia que básicamente sigue al protagonista en su nadería. De ahí que el film acaba resultando plomizo, gris y de una planicie emocional evidente, llevado a cabo por un correcto director como es John Curran pero al que siempre le ha faltado algo de pulso en su cine, y que a la hora de comparar, se encuentra en las antípodas del director que mejor ha reflejado esta época estadounidense, Oliver Stone, que sin lugar a dudas hubiera creado algo radicalmente diferente con este material.

Cuando la película deambula algo más allá del retrato del personaje, el film si es cierto que gana algo de intensidad, al mostrarse el entorno que a su alrededor intenta sacarle del atolladero en el que se ha metido. Un juego de poder, mentiras, influencias y lavado de imagen que nos transmite una idea de cómo se mueven ciertos engranajes debajo de la superficie política, y que aquí nos traslada la cara más oscura de un clan, los Kennedy, que no podemos decir que salgan muy bien parados en esta historia.

Hasta aquí llega el argumento del film, y ciertamente, quizás se nos quede algo escaso ya que estos hechos tuvieron influencia unos años después cuando Ted Kennedy impulsó su candidatura a presidente de los EEUU en el año 1980, cuando este suceso que aparentemente parecía olvidado y superado reapareció con fuerza en el debate a pesar de que ya habían pasado 11 años. Esencialmente fue lo aquí ocurrido lo que le cerró el paso a la Casa Blanca, y esto se profetiza en cierta forma en la película, aunque la historia nunca pretende abarcar ese momento.

Digamos que estamos ante un film correcto, algo frío y carente de emoción, pero que tiene el acierto de recordar una historia ya casi olvidada, y el interés de ver como se mueven ciertos mecanismos al servicio de un poder no siempre ostentado por personas a la altura de los acontecimientos. Una película más interesante como retrato de una época, un personaje y unos hechos, que como el artefacto cinematográfico que es.

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