¿Quien sufre más, quien infringió un perjuicio o dolor a un tercero, aún a sabiendas de lo injusto de ello?, ¿o la víctima de esa situación dolorosa, que no puede superar lo ocurrido, conservando odio y rencor dentro de sí?.
Mateo vio su vida tambalearse justo en el momento en el que creía poder empezar a hacer balance sobre ella. Diez años después de aquello, seguía anclado a lo que sucedió y su relato de los hechos se repetía en el interior de su cabeza de forma machacona.
Aquello fue una hecatombe para él y el recuerdo de los causantes de su dolor le generaba una cierta sed de, lo que entendía, justicia, por no llamarlo venganza, que le hacia mantenerse informado, discretamente, de los novedades sobre aquellos, a la espera de que se produjeran unos hechos que pensaba merecer que ocurrieran.
El enfado, la ira y el resentimiento campaban a sus anchas dentro de sí, impidiéndole vivir su propia vida, para él no había posibilidad ni de olvidar, ni de perder, en el litigio con su pasado.
Por más que revisaba todo lo sucedido no veía, ni entendía, que podría haber hecho diferente para no llegar a esa situación tan dolorosa, asignándose para sí el exclusivo papel de víctima.
En las primeras conversaciones que pude mantener con él, le invité a que analizara que podría haber sido diferente; negándome la posibilidad de que pudiera haber hecho algo distinto, por lo cual le sugerí que repasara, para mí, el detalle y resumen de lo que otras personas hicieron para que se diera aquella situación. A partir de ahí la conversación fluyó por sí misma como por encanto, era el cauce de un río lleno de agua que ya rebasaba su caudal habitual y los detalles que daba eran de una precisión asombrosa, a pesar del tiempo transcurrido.
Le sugerí que, de cara a nuestra propia cita, escribiera el borrador de una carta dirigida a cada una de aquellas personas, sin que ello implicara que las fuera a enviar, relatando esos detalles y qué fue lo que hizo que los mismos fueran tan dolorosos para él.
Al reencontrarnos de nuevo, y compartir lo que había escrito, le hice la observación de que, tras diez años de lo sucedido, ¿para qué le servía seguir anclado en aquel dolor?. Su mirada quedó clavada en mí.
A continuación le cuestioné por cómo se imaginaba el momento actual de esas personas que eran objeto de su ira y resentimiento, ¿que crees que recordarán de aquello y de ti?. ¿Entiendes que tú eres quien más sufre por el recuerdo de aquellos hechos?, ¿cual es la utilidad de conservar ese rencor dentro de ti?.
El pasado no se puede cambiar, pero es necesario aceptarlo en su totalidad y sanar el dolor que nos ancla a él, tomando nuestra propia decisión de que ya hemos sufrido bastante.
Mateo llegó a identificar por si mismo el perdón como la herramienta a utilizar para recuperar su mente y el control de su propia vida, rompiendo amarras con la esclavitud de un pasado tóxico que le impedía vivir el presente y construir su nuevo futuro.
Situaciones similares a este caso se pueden deber a diferentes circunstancias, desde un maltrato, físico o mental; a una fatal coincidencia con un conductor de un vehículo en unas condiciones inadecuadas, en un determinado punto kilométrico de una carretera concreta; una negligencia médica o la pérdida de un puesto de trabajo. Causas todas ellas, de abruptos cambios en la vida de cualquier ser humano, de cualquiera de nosotros.
Una de las principales dificultades para gestionar el perdón proviene de malentender que perdonar supone perder, vinculando sus efectos con el olvido, sin embargo no significa que se tenga que estar de acuerdo, ni aprobar, lo que sucedió, ya que perdonar no es olvidar, pero sí utilizar los aprendizajes necesarios en el tiempo por venir, incluso reservándose la decisión de que relaciones mantener y cuales no.
Perdonar no es liberar al otro, sino liberarnos a nosotros mismos. El perdón no es síntoma de debilidad, sino de fortaleza. El perdón te da libertad y poder.
Romper esa creencia limitante sobre nuestra capacidad de perdonar, sin que ello suponga perder u olvidar, nos permitirá dinamitar la barrera que nos impide acercarnos al pilar básico del concepto de felicidad.
Las preguntas oportunas para desencadenar un proceso de perdón para superar los anclajes del pasado, con su carga de ira, furia, enfado, y resentimiento serían: ¿a quien necesitas perdonar?, ¿a ti?, ¿qué te impide hacerlo?, ¿te sientes bien atado a esos hechos?, ¿qué objetivo alcanzas al no perdonar?, ¿cual es tu compromiso en ello?, ¿a donde te lleva?.
Decía Mahatma Gandhi que “el débil no puede perdonar, porque el perdón es atributo de los fuertes”, ilustrando con mucho acierto la potente paradoja de los nuevos escenarios que nos damos a nosotros mismos incorporando la posibilidad, y la capacidad, de perdonar, haciéndonos mejores y más completos en este permanente camino que es la vida, en la que, como acertadamente expresó Rafael Alberti: “Me marché con el puño cerrado ...vuelvo con la mano abierta”.