Opinión

Periodistas y filósofos

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Con la crisis de la Universidad clásica moderna, crisis que se inició ya con el totalitarismo nazi y se repite en París y Berkeley en el 68, ahora a consecuencia de grupos activistas de raigambre comunista, los universitarios pierden el poder cultural que ejercían en el mundo social. ¿Quién le sucede entonces?. Según se dice, el periodista, goebbelsiano o no, el hombre de los media que pasa a ocupar un lugar de protagonista en la transmisión cultural. Su tarea de mediador se ejercita en tanto que absorbe muchas funciones de la Universidad clásica, como son la divulgación, la propia enseñanza incluso.

El periodista, en cuanto tal, no tiene capacidad académica suficiente para digerir la alta cultura. Su poder consiste más bien en presentar en forma digerible la información o en hacer como que legisla sobre la opinión, ante un público medio que, en la democracia, es el soberano. En tal sentido la función que cumple hoy el periodismo es para-filosófica. Kant definía al verdadero filósofo como el "artista de la Razón". Y sólo hoy, cuando se tiende a identificar razón con lenguaje, "decir" o "discurso", e incluso con lenguaje simbólico, los artistas de la palabra o expertos en la imagen que más llegan a una masa social que no lee son, sin duda, los periodistas televisivos o radiofónicos.

Claro está que el periodista no es, estrictamente hablando, el filósofo. Pero no debe considerarse absurda del todo tal comparación, pues fue precisamente en el siglo XX cuando por primera vez se hizo una "gran filosofía" casi exclusivamente en los periódicos, con Unamuno, Ortega, Eugenio D'Ors, etc. A Ortega se le reprochaba el no escribir realmente libros de filosofía, sino una filosofía periodística de pequeños artículos, en un estilo impresionista que, a todo lo más, por acumulación, podía llegar al ensayo filosófico. Con el paso del tiempo se ha ido agrandando la figura de estos filósofos a la vez que decae el "libro" como media principal, desplazado por los media periodísticos. Por eso mismo el periodismo se hace más generalista, más filosófico, aunque lleno de una filosofía banal, tendiendo a entrometerse en todas las esferas de la vida. Nada que sea noticiable le es ajeno.

El periodista y el filósofo se nos presentan así como dos figuras que se corresponden, que tienen mucho en común, aunque por otra parte se oponen. Ortega mismo, p. ej. en "Sobre el poder de la prensa", a pesar de su ligazón con la industria periodística, que le viene ya de familia, no puede reprimir de cuando en cuando sus invectivas contra los periodistas y, como contrapartida, hacer la defensa de aquellos a los que la Prensa fustiga, los llamados sujetos con “mala prensa”. Pues los que tienen “buena prensa” generan en él una desconfianza similar a la que producen los intelectuales de partido o los ideólogos oficiales. La prensa le parecía superficial, no solo por serlo constitutivamente, al tener que vivir al día, sino sobre todo por no estar, en su tiempo, a la altura de las circunstancias, como está sucediendo hoy.

Y sin embargo, cuando se contempla el pasado siglo, no se puede negar un entrecruzamiento, que no se dio antes, entre prensa y filosofía. En el sentido de que la primera inicia una inquisición hacia lo recóndito, hacia la trastienda de lo público, y la segunda dirige su atención ya no tanto hacia profundidades o interioridades insondables (el cogito, la mente, el yo, etc.) cuanto a lo superficial y externo (la existencia, el Ser en-el-mundo, la vida cotidiana, etc.) La prensa, por el contrario, busca, sobre todo en las últimas décadas, la información "nouménica", aquella que, aunque no la podamos confirmar con plena certeza, no por ello se deja de comunicar públicamente en la lucha por la primicia.

Es esta situación la que plantea una crisis dentro del tradicionalmente llamado "poder espiritual", cuyo sistema central ha sido durante siglos la Universidad. No es que podamos decir que esta haya dejado de "mandar" o de influir. Pero sí podemos constatar que no está muy segura de ello, tal como se pone en evidencia con el tema recurrente de la “crisis de la Universidad” y, por extensión, del sistema educativo general. De ahí los numerosos artículos y libros sobre la muerte de la Universidad, la crisis de la cultura, etc. Como escribió el propio Ortega, "en la escuela, cuando alguien notifica que el maestro se ha ido, la turba parbular se encabrita e indisciplina".

Cada cual siente la delicia de evadirse de la presión que la presencia del maestro imponía, de arrojar los yugos de las normas, de echar los pies por alto, de sentirse dueño del propio destino. Pero como quitada la norma que fijaba las ocupaciones y las tareas la turba parbular no tiene un quehacer propio, una ocupación formal, una tarea con sentido, continuidad y trayectoria, resulta que no puede ejecutar más que una cosa, la cabriola.