Tras levantarse el telón, un pianista toca unos acordes en un escenario desnudo, dominado por el color negro, un brazo articulado, iluminado desde su trasera, desciende de la parte superior de la caja escénica, acercando a su suelo un elemento que resulta ser un espejo, un hombre apoyado en un bastón se acerca sin conseguir verse reflejado en él, mientras se palpa la cara: “soy ciego, un poeta ciego”.

Max Estrella vuelve a pisar las calles de Madrid, y lo hace casi cien años después de que Ramón María del Valle-Inclán le convirtiera en un personaje de referencia del teatro español, hasta el punto que los premios de los artes escénicas que cada año reconocen los mejores trabajos, tomen su nombre. Tan potente protagonista surge de la real irrealidad de la España de los años veinte del siglo XX, eterna en sus miserias, degradada y llena de corrupción a pesar de lo notable de sus gentes, de sus grandes recursos, y posibilidades, siempre esquilmados por unos pocos a espaldas de los más. Ayer como hoy y como siempre.

Luces de Bohemia, con su trama atemporal, no fue estrenada en España hasta 1970, bajo la dirección de José Tamayo, lo cual habla de su enérgico e intenso trasfondo, con la ácida crítica social que encierra su texto a pesar del recurso del esperpento, o precisamente por ello, que utiliza Valle-Inclán en sus referencias a la cultura oficialista y la falta de meritocracia, habitual, en nuestro país.

Alfredo Sanzol dirige, con tino y acierto, esta oportuna programación de “Luces” por parte del Centro Dramático Nacional, en una actualización respetuosa, aún incluyendo alguna referencia a nuestra actualidad, con el texto escrito por Don Ramón, presentándolo a través de una escenografía muy original que si bien nos muestra desnudo el espacio escénico del Teatro María Guerrero, de Madrid, dejando visibles los elementos técnicos de su tramoya, es capaz, con muy pocos elementos, de crear un universo que acompaña a la perfección el ambiente que describe el autor, con un gran trabajo de Alejandro Andújar en el que tres grandes espejos, situados encima de sendas plataformas deslizantes, son desplazados por los propios actores, componiendo cada cuadro de manera diferente, con el recurso de incluir al público en escena a través de sus reflejos desde el patio de butacas.

A destacar el perfecto complemento que encuentran Sanzol y Andújar en la sutil iluminación de Pedro Yagüe, por magnífica, que logra su máxima expresión en la bellísima recreación del callejón del Gato.

El respeto máximo con que Sanzol se ha aproximado al texto de Valle-Inclán, alcanza la dirección actoral de su elenco que, en su conjunto, consigue un macizo trabajo coral en el que catorce, de los dieciséis actores que pisan la escena, se desdoblan en varios personajes, con la excepción de Juan Codina, en la piel de Max Estrella, y Chema Adeva, como Don Latino, aportando todos ellos en el buen resultado final, con mención especial para Jorge Kent en su estupenda recreación del “sereno”, Jesús Noguero en un “Filiberto” al que borda, Lourdes García, fresca, desenfadada y divertida al interpretar el personaje de “La Lunares”, Paula Iwasaki dando piel a una castiza “La Pisa Bien” y Jorge Bedoya interprete, además de tres personajes, del pianista que da continuidad al espectáculo dotándole, con sus acordes, de un nostálgico aire de viejo café.

Chema Adeva sabe exprimir los perfiles del personaje de Don Latino de Híspalis en un notable trabajo interpretativo, mientras Juan Codina dota a Max Estrella de una carga emocional que lo humaniza, alejándole de los rasgos de una cierta grandilocuencia con la que tiende a ser representado el prócer de nuestras letras del que se trata, priorizando en su construcción del personaje una cierta vulnerabilidad, sin incluir en su bohemia cualquier sesgo canalla, acercándolo a los roles de nuestra contemporaneidad.

Alfredo Sanzol tras habernos ganado a todos para su causa con su impecable trabajo en “La ternura”, como dramaturgo y director, nos da una nueva muestra del óptimo momento por el que atraviesa, haciendo una correctísima dirección de “Luces de Bohemia”, respetuosa a la forma en que fue concebida por Ramón del Valle-Inclán y muy original en su presentación en escena. No es una obra que se suela representar en exceso, mas bien al contrario, por ello y la calidad con la que se aborda esta actualización, supone toda una ocasión para no perderse. Más que recomendable.

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