Del clásico de Robert Michels (Colonia, 1876 - Roma, 1936), “Los Partidos Políticos” (Amorrortu), deriva la llamada “Ley de hierro de la oligarquía”. Michels, alemán de nacimiento y educación, estuvo ligado al socialismo, a través de formaciones pioneras en el diseño de la socialdemocracia. Profesor universitario en Alemania y Suiza, acabó su recorrido en Italia (Universidad de Perugia) afiliándose al Partido Socialista Italiano (PSI), al que parece llegaría a representar en alguna fase de la Segunda Internacional. Su tesis, "tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría", advierte de la tendencia oligárquica de las organizaciones políticas.

La conclusión de Michels, tras estudiar el comportamiento de colectivos sindicales y políticos, y militar en unas cuantas formaciones de izquierda, no es sorprendente. Michels acabó en el fascismo: a poco de su fundación, en los primeros años veinte del siglo pasado, se afilió al Partido Nacional Fascista Italiano (PNFI). Esa progresión desde el socialismo hacia el fascismo, que se observa en Michels, es frecuente entre destacados fascistas. Benito Mussolini, recibió su nombre a modo de homenaje al presidente mexicano Benito Juárez; fue una premonición: militaría en el ala más radical del PSI y acabaría participando en la fundación del PNFI.

El Partido Nazi se llamaba Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Por demás, en el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, reside la crítica a aspectos del socialismo, que lo conducen a los fundamentos de Falange Española: “No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuantos más acá llegaran en la injusticia los sistemas liberales” (Discurso fundacional, Teatro de la Comedia, Madrid, 29 de octubre de 1933). En la mente de destacados líderes fascistas, anida un sustrato del socialismo que, en su momento, tuvo que ser apellidado “democrático” para evitar confusiones y, más adelante, desgajado doctrinalmente del marxismo, que le inducía rasgos fascistas; partido y pensamiento único, hegemónico y universal.

En cuanto al sistema que nos damos como insustituible, la democracia, conviene destacar sus orígenes burgueses. De hecho, es la burguesía europea del siglo XVIII la que se inspira en el concepto de democracia (“demos”, pueblo y “kratos”, gobierno) de los atenienses. Entendiendo que no todos los ciudadanos (se excluye explícitamente a los esclavos y a las mujeres) están capacitados para ese “gobierno del pueblo” que irrumpe en el pensamiento político de los griegos en los siglos VII al VI a.C. La abolición de la esclavitud vació de sentido la exclusión de los esclavos, pero la de las mujeres ha resistido hasta hace muy poco; el PSOE se opuso al reconocimiento del voto femenino, en las Cortes republicanas, en los primeros años treinta del siglo pasado.

El día 9 de julio de 1789, nace en Francia la Asamblea Constituyente. Poco antes, oficialmente el día 17 de septiembre de 1787, fue adoptada la Constitución de Estados Unidos de América, si bien ésta supone una estructura federal. En ambos casos, conservadores y, sobre todo, liberales son los protagonistas. Liberal y demócrata son, desde entonces, términos empleados como si fuesen sinónimos y la palabra “progresista” se aplica a estos últimos para significar, como dice el diccionario, “de ideas y actitudes avanzadas”. Nada más lejos, conceptualmente y en la práctica política, de actitudes asociadas al pensamiento marxista: comunismo y socialismo.

La democracia no es, en modo alguno, un sistema que tenga que ver con el socialismo, donde los delirios fascistas son frecuentes y no pocas veces escandalosos. En sus formas más avanzadas en el tiempo, el socialismo asume la democracia y descarta cuestiones tan esenciales para el marxismo como la colectivización de la propiedad y del pensamiento, que formaban parte de sus quintaesencias. El abandono del marxismo en la axiomática socialista es como el reconocimiento del voto a la mujer, que fue una iniciativa liberal, que costó asumir al socialismo español en la Segunda República; muy reciente. La observación de la deriva socialdemócrata a adquirir rasgos fascistas, es inquietante. Como lo es el recurso al golpismo (1934) o al adanismo o revanchismo de sus dirigentes cuando la democracia no les facilita el control del devenir de la sociedad y la detentación del poder.

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