El actor Bradley Cooper inicia su carrera como director adaptando una historia ya llevada al cine en diferentes ocasiones y épocas. Las dos primeras en 1937 y 1954 donde los personajes protagonistas eran actores de cine y la anterior a esta en 1976 donde, como la versión que nos ocupa, se centra en el entorno de la música.

Más allá de hacer un simple remake sin más, reconozco que Cooper intenta hacer un trabajo con estilo propio, descarnado, fresco y otorgando mucha presencia a las canciones. Todo esto, sin dejar de ser fiel en su estructura básica e hitos fundamentales a la historia original. Si algo concreto tuviera que destacar son los momentos en los que la pareja protagonista está en el escenario donde se nos muestra de forma acertada e inmersiva todo el backstage y lo que rodea, siente y ve un cantante durante una actuación en un gran escenario.

El problema, es que aun reconociendo estos aciertos, desde el punto de vista emocional no consigo conectar con una historia, en teoría, con una fuerte carga emocional que a mí al menos no me llega en ningún momento.

El inicio de la relación entre los protagonistas está contado de tal manera que resulta un tanto inverosímil y su desarrollo y consecuencias no hacen que se llegue de forma lógica a ese supuesto amor apoteósico que nace entre ellos. Por otro lado, la trama resulta algo atropellada, parece que hay que quemar los hitos de la historia sin más, y además la continua utilización de los primeros planos a veces resulta excesiva, habría que haber dejado respirar algo más a una película que en algunos momentos satura.

Por último la parte final, que es la que mayor emoción debería transmitir, resulta simplona y apresurada. No parece la consecuencia razonable de lo visto, las decisiones finales, tanto argumentales como desde el punto de vista de la dirección, creo que son erróneas y le quitan fuerza a la trama.

No obstante, dicho esto, creo que la película posee ciertos logros. Algunas de las canciones son muy notables (especialmente “Shallow”), Lady Gaga está bien, en una actuación descarnada y sin filtros donde es evidente que pone mucho de sí misma y el secundario Sam Elliott eleva el nivel de la película cada vez que sale en pantalla.

Pero sobre todo, lo mejor para esta película es que mi opinión es muy minoritaria, ya que gran parte de crítica y público han encumbrado esta cinta, con lo que las posibilidades de que el errado en la opinión sea yo son muy altas. No obstante, por si no fuera así, aprovechen y después de verla busquen la versión dirigida por George Cukor en 1954 y ya me dirán cual les emociona más.

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