Arrancamos la semana pasada siendo conocedores de una nueva victoria populista en unas elecciones. Esta vez Jair Bolsonaro arrasaba en las presidenciales de Brasil escenificando un “remake” del Make America Great Again que aupó a la derecha alternativa de Trump: mismo discurso, mismo resultado.

Mientras que al otro lado del Atlántico Bolsonaro celebraba su triunfo, aquí en nuestro país, el líder del partido que abandera el movimiento de la derecha alternativa, Santiago Abascal -líder de VOX-, invitaba a Manuel Valls a irse a Martinica.

Martinica, para los que no lo sepan, es un departamento de ultramar francés, es decir, lo invitaba a volver a su país de origen y a ser posible a unos de los territorios más alejados de donde ahora tiene su residencia el ex Primer Ministro francés, y hoy candidato a la alcaldía de Barcelona. A Santiago Abascal no le gusta que Valls pueda ser alcalde de una ciudad española, pues considera que su radio de acción política no puede ir más allá de los territorios donde ondea la tricolor francesa.

Nos recordó así Abascal a Núria de Gispert cuando le pidió a Inés Arrimadas que se volviera a Jerez, a su Cádiz natal y que abandonara de una vez Cataluña.

Y aunque VOX se crea tan alejado avde los nacionalistas catalanes, no son tan diferentes. El nacionalismo siempre es excluyente, independientemente de quién venga, y se nutre de un discurso populista que busca soluciones sencillas a problemas complejos, ambos solo respetan a quienes piensan como ellos, y ambos entienden los territorios como lugares de donde excluir, en vez de lugares donde incluir para sumar.

Con estos problemas empezó la semana, y con los mismos acabó. La plataforma España Ciudadana celebraba un acto de apoyo a la Guardia Civil y defensa de la Constitución en Alsasua. En el mismo pidió unidad a los constitucionalistas, que se cumpla el Estado de derecho y que los ciudadanos puedan expresarse de la misma forma en todo el territorio, sin excepciones.

Como era de esperar, hubo voces discordantes, movilizaciones para intentar frenar el acto por parte de los partidos nacionalistas vascos y asociaciones afines a ellos, e incluso las fuerzas de seguridad del Estado tuvieron que montar un dispositivo para garantizar la seguridad de todos los asistentes al acto.

Lo que nadie esperaba eran las declaraciones del portavoz del PP vasco, Borja Sémper, que desmarcó a su partido de la convocatoria, a la que tildó de “propagandística” y que “no contribuía a serenar los ánimos” y por tanto “no se podría sacar nada constructivo”.

Por su parte, el partido en el gobierno a través de su portavoz en el Senado, Ander Gil, tampoco se ha posicionado del lado constitucionalista, no ha defendido los valores constitucionalistas del acto, ni la libertad en la totalidad del territorio nacional, y así, ha declarado “que le parece una irresponsabilidad que la derecha vaya a Alsasua a avivar el conflicto y no a fomentar la convivencia.”

La izquierda se ha alzado como valuadora del discurso, censurando todo pensamiento o relato que ellos crean que no es aceptable, eliminando cualquier organización o estructura que consideren que va contra la causa que ellos consideran justa.

Así mismo, han decidido eliminar de la historia todos aquellos pasajes que consideran ofensivos o que dañen su relato de los hechos. Y lo peor de todo es que todos estos actos que en cualquier contexto serían calificados como represores los hacen “para frenar el avance del fascismo”.

Por tanto, el escenario que nos queda es un populismo que avanza inexorable y devorando todo a su paso, y frente a él, los dos partidos mayoritarios de nuestra historia democrática que no saben cómo hacerle frente, desbordados ante un nuevo movimiento para el que no se han preparado.

Solo con sentido común, y apelando a los mecanismos de los que nos proveímos al optar por vivir en democracia lograremos superar esta crisis de valores, solo con un proyecto común donde de una vez se impongan objetivos por encima de legislaturas, donde no se haga política solo para 4 años, lograremos superar esta crisis y salir de ella como un país unido y de éxito.

Necesitamos que se imponga el sentido común, si todos sabemos que la educación, por ejemplo, no debe ser usada con fines partidistas y debe estar por encima de siglas y por encima de legislaturas, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no empezamos a actuar pensando en lo que queremos ser y dónde queremos estar en unos años? Hay actores políticos que ya lo están planteando, que no son la vieja política y que sí tienen un proyecto de país para todos los españoles…

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