Acabemos con las instituciones. Volvamos al silencio, a la tribu, a los lugares más profundos de nuestro país. Defendamos ciegamente al líder repitiendo a coro las promesas y las mentiras que pronuncia a diario. Escojamos a uno, el que más nos guste, y adorémoslo como al profeta que estaba por venir. De veras, y terminemos también con el tedio de votar cada cuatro años, en las generales, las autonómicas y las municipales y, por supuesto, en las europeas. Para qué demonios sirven unas elecciones europeas, ¡no nos representan! Señalemos al periodista que nos incordia, al humorista que nos indigna, al demasiado progre y al demasiado facha.
La verdad siempre está en Twitter. Renunciemos también a nuestra libertad de expresión, que la autocensura no es mala idea si con ella no nos desviamos del discurso oficial, pues nada hay peor que exhibir nuestra humana contradicción. No hay lugar para el fallo. Si alguien se equivoca, indudablemente no eres tú, y la hemeroteca te ayudará a encontrar un argumento con el que defenderte. Que nadie te haga flaquear con razones. La moda ahora es lo simple, lo rápido, lo efímero.
Quién quiere reflexionar cuando no existen segundas oportunidades. Y por seguir hablando de libertades renunciemos también a las fronteras líquidas. Construyamos más muros; muros más altos, muros físicos, pero sobre todo muros mentales. Qué importa que el futuro inmediato se parezca más al pasado inmediato. Si por casualidad nos gusta leer, leamos únicamente aquello que refuerce nuestro pensamiento prefabricado, y borremos cualquier cosa capaz de conmovernos. Cualquier cosa que nos cuestione como “seres racionales”.
Y si nos gustan las redes sociales, compartamos cualquier noticia que tenga apariencia de verdad, rápido y sin mirar demasiado. Que verifiquen otros. Rechacemos lo distinto, señalemos al extranjero que viene a llevarse todo, censuremos todo lo que exceda nuestro modo de vida, nuestro carácter forjado a sangre y fuego lento a lo largo durante estos siglos para que perdure por muchos siglos más. Y despidámonos sin lágrimas de nuestros amigos foráneos, reduzcamos el contacto a lo mínimo que la tecnología nos permita, pero cada uno desde su parcela, en su país, sin interactuar, sin más contacto físico que el que guardemos en el último recuerdo.
Afortunadamente, Estados Unidos reaccionó ayer, y escogió el futuro entre un océano de alternativas de color gris-negro. Y ese futuro se pinta con luz y diversidad, con feminismo, con una conversación de personas para personas, con una revolución que comienza desde dentro y sale para romper estereotipos, sabedora de que las crisis de democracia solo se resuelven con más democracia.
Ojalá esa ola nos llegue pronto.