Corría el año 2005 cuando oí hablar por primera vez de María Dolores de Cospedal, a quien escuchaba era un veterano experto, acostumbrado a moverse en los ambientes de las contratas de “Obra Pública” y me interesó la reseña que hacía de aquella, por entonces, nueva consejera de Transportes e Infraestructuras del Gobierno de la Comunidad de Madrid, nombrada por decisión de Esperanza Aguirre.

Me llamó la atención la descripción que mi interlocutor, tan baqueteado en un mundo como aquel, hizo de aquella mujer, sucesora de Francisco Granados para que asumiera Presidencia, en una consejería tan sensible como esa. Términos como ambición desmedida, frialdad, gusto por el poder, pragmatismo o dureza, sirvieron de preámbulo a alguna anécdota personal que debe permanecer en el campo de lo privado.

De entonces para acá, el apellido Cospedal lo ha sido todo menos desconocido: senadora, diputada en las Cortes de Castilla-La Mancha, presidenta del PP en Castilla-La Mancha, secretaria general del Partido Popular, presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha, diputada en Las Cortes Generales, ministra de Defensa de España y presidenta de la Comision de Asuntos Exteriores del Congreso de los diputados.

Aunque sin duda, para la gran mayoría de españoles, el recuerdo más popular que permanecerá sobre ella será (al margen de su celebérrima frase sobre el finiquito en diferido de Luis Bárcenas) el de su famosísima inquina con Soraya Sáenz de Santamaría, situadas, respectivamente, como las manos derecha e izquierda de Mariano Rajoy, a su pesar (de ambas).

Calificativos como el de “enemigas íntimas” ya se han ganado su propio espacio en el imaginario a pie de calle, casi tanto como los alias que se dedicaban la una a la otra: “la pequeñita” llamaba Cospedal a la ex-vicepresidenta, y “la legionaria” ésta a aquella.

Las razones de Rajoy para equilibrar el poder, situando a Saénz de Santamaría como “factotum” en el Gobierno, mientras entregaba el día a día del Partido Popular a Cospedal, a pesar de las advertencias que sobre ello recibía por vía de Javier Arenas, quedan custodiadas, de momento, bajo la llave de la discreción del ex-presidente, pero la realidad es que la mayor parte de las fuerzas de ambas, se dilapidaron en combates entre la una y la otra.

Ninguna imagen tan alegórica entre Cospedal y Soraya, como aquella en la que una silla vacía las separaba, en un acto en la sede de la Comunidad de Madrid, mientras ambas se ignoraban… ¡tan cerca y tan lejos!, difícil una mejor metáfora sobre su relación.

María Dolores de Cospedal ha dejado sus responsabilidades en el Partido Popular, concitando un inusitado interés de los reporteros gráficos en el Congreso de los diputados por captar la nueva posición que ocuparía en la bancada popular, una vez desterrada del que era su lugar en la primera fila de diputados populares, al lado del nuevo líder, Pablo Casado, cuestión ya abortada para siempre con su renuncia al acta.

Cospedal fue ministra de Defensa, pero los servicios de inteligencia y el CNI quedaron fuera de su control, porque fueron reclamados para sí por la “vicetodo”, siendo legendarias las filtraciones sobre informaciones que pudieron ser aireadas con algún interés, se tratara del tema Cifuentes o de pequeñas cuestiones relacionadas con el señor López del Hierro.

Sáenz de Santamaría ganó la primera vuelta de las primarias en el PP, a través de voto directo de los afiliados, pero el apoyo explícito de los compromisarios elegidos desde la candidatura de Cospedal, propiciaron la elección de Casado como nuevo líder, lo cual generó dos de las más grandes satisfacciones en la exministra: que Soraya no fuera la nueva lideresa y que dentro del lote se incluyera la renuncia de ésta a la vida política.

Se dice que “lo peor de ser, es dejar de ser”, y este proceso que está viviendo la, no hace demasiado tiempo, poderosa ex-secretaria general popular, cesando en la dirección de su partido, desalojada de su privilegiada ubicación al lado del líder y siendo abocada a abandonar el Parlamento, es un camino que recorrió hace, tan solo, cuatro meses Soraya Sáenz de Santamaría, en el inicio del pasado verano, aunque no es probable que una encuentre en la otra su paño de lágrimas, pero si más que posible que una tímida sonrisa ilumine la cara de una de las dos “enemigas íntimas” en este otoño… aunque quizás lo ocurrido no sea más que el resultado de una batalla más, a la espera de nueva “munición” en su particular guerra.

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