Ha llegado el momento de poner un poquito de orden en estos conceptos y no arrojarnos sobre ellos, a favor o en contra, de forma sectaria y autoritaria.
Cuando se habla de pseudociencias médicas y se pone la acupuntura, con su historia milenaria en Oriente y su existencia oficial en España desde 1971, al mismo nivel que prácticas claramente fraudulentas de chamarileros metidos a chamanes de tribu urbana, es que hemos perdido el sentido de la orientación que debe dirigir nuestros esfuerzos como médicos serios y perseverantes en nuestra función básica: mejorar la calidad y cantidad de salud de los seres humanos. Eso, o que los médicos con bata o pijama pintamos poquito en nuestro rumbo profesional.
Conocí a la Dra. Encarnacion Álvarez Simó hace unos 20 años, cuando ella tenía unos 80, mucha fuerza vital, un carácter envolvente y brindaba la imagen de mujer sabia. Médica reumatóloga, se interesó por la acupuntura en 1968. Creó en 1971 la Sociedad Española de Acupuntura (SEA). Escribió un “Tratado de Acupuntura”, realizó la tesis doctoral en 1976 con una casuística de 325 pacientes. Luchó toda su vida para que fuera una especialidad médica, explicando a cada ministro de Sanidad sus conocimientos y lo que la acupuntura podía aportar. Luchó para que fuera una práctica reglada y realizada por médicos.
A alguien así no se le puede poner al mismo nivel ni científico, ni humano del cantamañanas de turno que vende remedios milagrosos para el cáncer.
Hace unos 25 años llegó a nuestro existir científico médico la Medicina Basada en la Evidencia (MBE) con ello se dio una vuelta de tuerca a lo que de verdad podía ser reconocido como válido en nuestro trabajo. Sería extraordinario que pudiéramos desarrollar toda nuestra actividad sanitaria marcada realmente por la evidencia científica. Pero lo que no podemos es utilizar la MBE como una ley talibán que destruye todos los monumentos del pasado porque no han superado la correspondiente filtración de una revisión sistemática. No ya porque no tengan capacidad de poder superarla, sino simplemente porque esta no se haya realizado o, lo que es peor, porque nadie se haya molestado en conocerla antes de enviar a la hoguera un saber milenario como la acupuntura, por ejemplo.
En el sentido opuesto está lo que hemos dado en llamar “mala ciencia”. Sabemos que hay muchos tratamientos y procesos diagnósticos que no aguantan un trabajo estadístico serio, sin sesgos. Y, sin embargo, han podido ser laureados por la MBE por tres motivos:
1- Los escasos conocimientos de buena parte de profesionales, para determinar lo que es válido de lo que no lo es.
2- Los millonarios intereses económicos y de poder que se articulan sobre los resultados que puedan ofrecer estudios de fármacos, procedimientos diagnosticos, etc.
3- El miedo a la represión por Sociedades Científicas, jefes de Servicio, Políticos..... los entes de poder en definitiva.
Es difícil definir si nos dañan más la pseudociencias o la mala ciencia. En un país como el nuestro, con la mayor parte de asistencia pública o privada de sociedades, posiblemente, la mala ciencia tiene una repercusión económica y sanitaria más importante. Pero además la mala ciencia es uno de los principales acicates que provocan la mala valoración de la medicina científica por muchos ciudadanos. Y esa mala valoración conlleva que huyan a las pseudociencias. Se crean de esta forma corrientes fundamentalistas que arrastran a defensores y detractores de unos y otros procedimientos.
Hay que estudiar mucho para distinguir el grano de la paja, cada vez más complicado pero es un esfuerzo necesario, como necesaria es la inversión en investigadores de la investigación, es decir, expertos en evidencia científica. Como también es necesario que cada médico conozca a fondo cada producto que pauta, cada proceso que realice a la vez que profundiza en los seres humanos que le consultan de forma integral. Origen también de muchas visitas a las pseudoterapias.
Cuando la zarina Alexandra Fiodorovna llamaba a Rasputín y el zarévich Alekséi mejoraba en su hemofilia, además de retirarle la aspirina que le dañaba, es probable que el poder de sugestión de Rasputín actuara sobre el sistema hemostático del pequeño. Conocemos los mecanismos por los que el estrés o la ansiedad actúan sobre nuestra fisiología y su capacidad para desequilibrarla puede conllevar enfermedades más o menos importantes. Por eso es tan relevante trabajar en el equilibrio nutritivo, emocional e intelectual. Pero sin olvidar, que el zarévich hoy no hubiera necesitado a Rasputín y, con ello, quizá el siglo XX no hubiera sido una historia sangrienta. Nada más digno que el amor de una madre, nada con más riesgo de sinrazón.
Mi recomendación para esta patología del conocimiento: más ciencia, buena ciencia y más empatía con los pacientes, nuestro poder de sugestión también les puede ayudar y hará más difícil que busquen Rasputines para sus enfermedades.