Mark Rothko fue un pintor que formó parte del movimiento artístico conocido como expresionismo abstracto y su vida, a través del proceso creativo de su obra, sirve a John Logan, autor de reputados textos llevados a la gran pantalla, como “Gladiator” o “El aviador”, para componer el espectáculo teatral “Rojo” ampliamente reconocido por todo el mundo, habiendo obtenido seis premios Tony tras su estreno en Broadway, deslizando en su trama tres ideas centrales que van emergiendo, entremezclándose unas con otras.

Por un lado el concepto del arte como creación, con todo su proceso, interno del propio artista y externo en cuanto a quienes lo observan y reaccionan a ello; pero también con una derivada critica contra el “buen rollismo” social imperante en la época, cuyos efectos llegan a nuestros días, poniendo en boca del protagonista frases como “hoy en día a todo el mundo le gusta todo… ¿dónde está el criterio?” o “somos una nación de idiotas viviendo bajo la tiranía del bien …¡todo está bien!”; añadiendo también el eje de las tensiones intergeneracionales, que se suceden como hijos y padres mitológicos, en las que aquellos terminan por ocupar el lugar de éstos, como bien explicó Ortega y Gasset en “La teoría de las generaciones”: “la identidad de los individuos viene dada por su pertenencia a determinada generación”… ”con sus épocas de ascenso y de decadencia”.

Rothko y sus compañeros de generación hicieron evolucionar el arte de la pintura, desde el surrealismo, imponiendo como vanguardia el expresionismo abstracto, pero también vieron llegar el momento de como sus cuadros eran desbancados de las galerías por las obras de una joven camada de nuevos pintores representada alrededor de Andy Warhol y el “arte pop”. Y ese enfrentamiento generacional, también en la forma de concebir el arte, se utiliza acertadamente en el texto de Logan.

Un fantástico encargo llega hasta el taller Rothko: 35.000$ USA al contado (en 1958) por una colección de murales para el restaurante neoyorquino “The Four Seasons”… y le llega a él, no a Pollock… ¡Se anuncia su victoria definitiva!

Gerardo Vera iba a dirigir este proyecto, pero problemas de salud lo impidieron, lo cual propició que su principal protagonista, Juan Echanove, diera un paso al frente, en una faceta que ya ha explorado en algunas ocasiones.

La escenografía, responsabilidad de Alejandro Andújar, es fija y recrea el taller de pintura de Rothko, donde el movimiento se circunscribe a los cambios de lienzos entre escenas, que se realizan con el apagado completo de las luces sobre la escena, en tiempos que resultan demasiado largos. A destacar, como positivo, la recreación coreográfica del momento en que pintan un cuadro, a cuatro manos, entre los dos personajes, en el que se comportan como las partes perfectas de un puzzle o como los componentes de un medido ballet. Mención especial para la sugerente selección musical, realizada por Gerardo Vera, que suena desde un viejo tocadiscos, rodeado de varios vinilos esparcidos por el suelo, de acuerdo al énfasis de la carga dramática en cada momento de la obra.

Juan Echanove parece disfrutar del personaje de Rothko y del montaje en sí, se siente protagonista de él, y no solo como actor, mostrándonos rasgos de aquel pintor que a través de los colores de su paleta expresaba sus propios rasgos como hombre, soberbio pero frágil, caprichoso y egocéntrico aunque atravesado por la duda, imprevisible y un punto desorganizado, pero absolutamente entregado a su trabajo y perseguidor de su propio sueño sobre sí mismo que, al no alcanzarlo como él pretendía, puso punto final a su propia vida algunos años después (1970) de la trama descrita en esta obra. Buen trabajo interpretativo de Echanove que destaca especialmente en la parte del desenlace, cuando, desvestido de los tics de genio creativo, se muestra como un simple ser humano, con sus miedos, sus contradicciones y su propia frustración.

Ricardo Gómez, como Ken, vive toda la obra a rebufo del torbellino que es Rothko encarnado por Echanove, sabiendo mostrar, de forma eficiente, la evolución de su personaje desde la inicial admiración hasta la final rebelión, fruto de la rabia y la decepción, culminando su trabajo con una escena en forma de monólogo, en la que quien escucha, quizás por primera vez en su vida, es el maestro, aprendiendo una lección que ya no olvidará.

“Rojo” es uno de los puntos álgidos de la cartelera teatral de esta temporada, sus éxitos por cuantos países pasó, los reconocimientos obtenidos con los Tony y otros premios, le señalaban unas muy altas expectativas que los responsables de este montaje en el Teatro Español saben defender de una forma digna, utilizando la metáfora de un artista atormentado que termina por aferrarse a la ética para salvar su obra, representada por un cuadro rojo sobre el que aparece un cuadro rojo, toda una alegoría de la historía del arte, y no solo de la pintura…porque ¿usted, qué ve?.

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