Si Franz Kafka aún estuviera entre nosotros, tendría material de primera para hacer de su famosa obra una segunda parte no menos exitosa. Desconozco si la conversión de don Pablo Iglesias obedece a una alegoría o más bien a la época de adviento que nos ocupa. Si es ficción, como bien puede ser ante esa maltrecha relación con las urnas visto el reciente batacazo en Andalucía, no se le puede negar que la estrategia se viste con la piel de cordero tan socorrida para metamorfosear con vistas a una mejora de rédito electoral. Si por el contrario el cambio obedece a una limpieza de su karma con puesta a punto de conciencia, pues nada mejor que el arrepentimiento y la purga de pecados en fechas tan señaladas como nos brinda la Navidad.
A mi entender, el pedir disculpas no es lo mismo que pedir perdón. Don Pablo se disculpa. Siente que algunas de las cosas que dijo en el pasado no estuvieron ajustadas a la realidad de Venezuela. Hoy la cosa es de otra jaez y reniega del chavismo teniendo clara que la situación política y económica de aquél país es nefasta. Corto, muy corto se ha quedado el líder de Podemos porque ni una sola aseveración hacia el lado más humano del asunto, o sea, el pueblo llano que las pasa canutas en un país sumergido hasta el cuello en escasez de alimentos, falta de medicamentos, mercado negro y dictadura política.
La disculpa del pan para hoy y hambre para mañana sirve para salir del paso. Es como hacer el camino de Santiago desde la Plaza de las Platerías al pórtico de la Gloria. Sin embargo, el perdón es el arrepentimiento de algo más profundo. Es conceder el indulto a quienes se ha ofendido, pero haciéndolo en público, en voz alta, y sin remilgos. Algo parecido a esto: “Pido perdón a cuantos he ofendido al decir que me daban envidia los españoles que vivían en Venezuela” o “Pido perdón a cuantos venezolanos y venezolanas sufren el rigor de una dictadura como la de su presidente Maduro”
Claro está que pedir perdón puede ser una cualidad innata o quizás algo que se aprende con el tiempo. Los que ponderamos la diferencia entre lo bueno y lo malo; entre el error deliberado y el irreflexivo, o simplemente entre la maledicencia y el exorcismo de ideologías extremas, estamos curados de humildad para el perdón; mientras que aquellos que dependen solo de la vanidad rara vez quieren dejar de ser lo que son por temor a convertirse en personas sujetas a la llaneza y la modestia.
El candidato por Podemos a la Comunidad de Madrid, señor Errejón, también da síntomas de estar cambiando de ideario al decir que siente envidia de otros países porque cuando se manifiestan por la igualdad de derechos lo hacen con la bandera. Pues claro que sí, ¿acaso la bandera de España es de uso exclusivo de la derecha? A estas alturas de la película no se percata la formación morada de que vivimos en un país de lo más plural en donde cohabitan culturas heterogéneas, tolerancia de religiones, diversidad sexual, concordia con los extranjeros y todo eso conectado a la misma e inseparable bandera de España.
El cambio que se desprende de estas nuevas iconografías nos hace pensar en una maniobra de camuflaje en grado de tentativa, léase urnas venideras, porque alcanzar la conversión hoy en día exige de un mayor culto hacia los demás y eso es un proceso lento. Aquí no sirve lo de “a Dios rogando y con el mazo dando”, que es tanto como pretender comprar un cerdo grande, gordo y que pese poco. La metamorfosis de Kafka es una obra enmarcada dentro del género fantástico debido a la transformación del personaje principal en escarabajo, elemento demostrativo de que la fantasía casi siempre nos aproxima al cuento. Por ello, dadas las fechas tan cautivadoras que nos sumergen en la ilusión y en las fábulas, quiero volver a leer aquél clásico titulado: Pedro y el lobo. Quizás les suene. Moralejas de ayer, hoy y mañana. Y es que al final, los cuentos, cuentos son.