La república no existe, idiota

Una bengala en el suelo, en la manifestación de Barcelona.

Pocas veces una mente preclara conecta el hemisferio de su cerebro encargado de hacer funcionar la lógica con las cuerdas vocales. Unas cuerdas que vibran para que seamos capaces de entender con meridiana claridad lo dicho. En Barcelona sucedió, y fue de funcionario público a funcionario público: “La república no existe, idiota”.

Vayamos al origen. Quizá sea simplificar demasiado, pero en España con una periodicidad tetra anual el partido político que ganaba las elecciones concedía privilegios competenciales, económicos o de autogobierno a las comunidades autónomas con pretensiones independentistas. ¿A cambio de qué? De los escaños que una ley electoral manifiestamente injusta otorgaba a dichos partidos y que procuraba el legal pero indigno acceso y mantenimiento en el poder de conservadores y progresistas.

Ya bien alimentada la bestia secesionista, ¿cómo, quién y cuándo la paramos? Tenemos dos opciones: podemos hacer como Sánchez, (nuestro Presidente “cortito” de escaños), dar abrazos y sustento vestidos de unicornio a los independentistas que incendian las calles y hacen crecer el enfrentamiento; o bien podemos intentar parar este caos haciendo caer el peso de la ley contra quienes la quebrantan

El estado autonómico empezó a entrar en crisis cuando comenzaron las desigualdades entre territorios, y tenemos que saber que es el bipartidismo el principal cómplice que ha tenido el secesionismo radical, pero también tenemos que saber que está prevista una solución a casos tan graves y extremos como el que nos ocupa y que, por suerte, hay proyectos políticos que no temen usar la Constitución en todos sus términos para garantizar la igualdad y seguridad de todos los españoles.

No se trata, en mi opinión, de acabar con el estado de las autonomías, como algún otro partido propone, se trata de usar el imperio de la ley para hacer funcionar las instituciones autonómicas para lo que se crearon: para mejorar la vida de los ciudadanos. Todo se reduce a un número, un número que implica parar la autodestrucción de la convivencia de una comunidad autónoma que ya no disimula el odio entre iguales. 

Y es que el título de esta pieza podría perfectamente susurrarse al oído de quienes toman las decisiones...