Opinión

Belén, campanas de Belén

Pedro Sánchez, Quim Torra, Pere Aragonès y Elsa Artadi.

Pedro Sánchez, Quim Torra, Pere Aragonès y Elsa Artadi.

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¡A quién queréis más, a Judas o a Barrabás! Y el pueblo guardó silencio. Entonces el Tribuno del Estado volvió a preguntar: -Por segunda vez, ¡A quién queréis más, a Judas o a Barrabás! De nuevo el silencio se apoderó de la población y fue cuando el inocente país cayó en desgracia.

Sánchez y Torra han escenificado un pasaje del Antiguo Testamento que traído a nuestros días se representa en el teatro nacional. Sobresale la puesta en escena, no así el guion basado en la obra homónima de lo que ya está escrito desde que Don Pedro tomó la Moncloa por el procedimiento del tirón. Las consecuencias de este mal parto –y lo digo por lo acontecido el viernes en Barcelona- no puede traernos la armonía que nos trajo el Niño Jesús. Es imposible. 

Ni el lugar, ni las fechas, ni la obra representada puede venir a crear la concordia que desprende la Navidad en el hogar de todo buen creyente. Sabido es que estas fiestas tienen mucho de seducción para quienes lo compulsivo les dilata la pupila antes que la lección de humildad que se nos dio desde un pesebre, pero tampoco hay que exigir más de lo que la vida, tal como la tenemos desestructurada, nos trae cuenta. Don Pedro y Don Torra puede que hayan elevado a los altares de la ignominia la sinrazón más abyecta con su teatral e irresponsable actuación. Eso es algo de lo que España y los españoles nos reservamos para futuro, porque los que somos católicos –y un servidor lo es- no celebramos la Navidad con odio, tan solo nos limitamos a adorar a ese Niño que nos trajo humildad y espíritu de armonía. 

Una de las lecciones fundamentales de la vida es la de compartir los Dones, sin embargo hasta para eso hay que saber ser humildes. Don Pedro y Don Torra, en unión de sus actores y actrices secundarias no atienden a razonamiento alguno que no sea su arrogante maldad. Destilan odio a raudales y su epopeya no es otra que emponzoñar a la gente de bien hasta esquilmar el pensamiento puro instalado en cada conciencia. Estamos en esa deriva de impureza ideológica con franquicia hacia los violentos y castigo a los íntegros de moral.  

La Navidad no es una apuesta, tan solo es una prueba para quienes presentimos que el necesitado de esperanza espera tener confianza fuera del calendario, es decir, cada nuevo día en cada lugar y en cada uno de nosotros. Por eso estoy cansado de tanto falsario que condecora, inmortaliza e indulta a unas víctimas mientras que a otras las demoniza, por según sea el bando y la conveniencia. Estoy cansado de tanto demagogo, tanta oratoria infértil y tanto rastrero de estómago agradecido. Estoy cansado de tanto besamanos, tanto lazo amelin con la medalla del amor y tanto buenismo de un solo uso. 

Por eso, por estar cansado, me refugio en el misterio de la vida que contiene mi pequeño Belén y observo cómo el recién nacido llena mis esperanzas de un mundo mejor. No, Don Pedro y Don Torra no forman parte de mis pensamientos más allá de Judas y Barrabás. Tal para cual que en unión de Herodes pretenden apropiarse de ese misterio de la vida gracias a sus codicias y al afán por destruir la libertad y la serena convivencia de los españoles. 

Dejémonos de hostias y al enemigo ni agua, que España lo que necesita es gente de primera honra y lo que sobra es tanta plétora de incapaces cuyo único propósito es el de destruir la España constitucional y a ser posible con la violencia sin límites. A este paso la huida a Egipto será una nueva travesía si las urnas no lo remedian. Por suerte una vez al año, por estas fechas de diciembre, redoblan las campanas de Belén y renacen las esperanzas. Es el nuevo nacimiento del Niño. Él siempre tan puntual y solícito.