Lejos quedan los tiempos en que 10.127.392 españoles coincidieron en votar por una misma papeleta electoral, como sucedió con la del PSOE, en 1982, encabezada por Felipe González, que le permitió gobernar con el respaldo de un Parlamento en el que 202 de sus 350 escaños, fueron ocupados por correligionarios de su formación política.

En 1996 el Partido Popular ganó las elecciones con un apoyo de 9.716.006 votantes, con un bipartidismo asentado, en el que el PSOE se situó a menos de trescientos mil votos (9.425.678), ocupando ambas formaciones un amplio espectro desde el centro sociológico moderado, tanto hacia la derecha (PP), como hacia el izquierda (PSOE), lo cual se mantuvo hasta las elecciones de 2015.

La irrupción de Podemos y Ciudadanos en el Parlamento español, tras los comicios de 2015, supuso una importante variación en el juego de mayorías parlamentarias que, desde entonces, se realizan en combinaciones posibles sobre un conjunto de cuatro agentes principales, además de minorías habitualmente sobrerepresentadas debido a los efectos de la ley D’hondt que alejan de la realidad el democrático principio igualitario de “una persona, un voto”.

Las recientes elecciones andaluzas, del 2-D, pasarán a la historia por haber supuesto, al margen del previsible cambio de Gobierno en una comunidad autónoma que hasta ahora solo había conocido presidentes del PSOE; por haber supuesto la aparición de una nueva opción política en el panorama español, a través de Vox, lo cual asimila nuestro país a lo sucedido en otros lugares en éstos últimos tiempos a través de las formaciones representadas por Salvini, Le Pen u Orban.

Así el espectro político español, al margen de otras opciones regionalistas, se ha atomizado hasta estar ocupado por cinco formaciones; fenómeno que, como primera consecuencia, hace que un resultado electoral cercano al 20% de los votos tenga posibilidades reales de gobernar en cualesquiera circunscripción, convirtiendo la política de pactos en esencial.

España no está acostumbrada a la política de pactos para construir mayorías, y adquirir ese hábito hace que sea necesario desterrar las habituales descalificaciones de las formaciones que no forman parte de esos acuerdos.

Aún siguen retumbando las criticas sobre las características políticas de los integrantes de la mayoría que apoyó la moción de censura a Mariano Rajoy el uno de junio de 2018, poniendo el énfasis en los diferencias entre todos ellos, pero ignorando, maliciosamente, que su principal punto de acuerdo era la desconfianza al ya ex presidente.

Y ahora, unos meses después, es el propio presidente actual del Gobierno, Pedro Sánchez, quien se ha permitido descalificar la previsible mayoría formada en el Parlamento andaluz entre el PP, Ciudadanos y al apoyo, más o menos explícito, de Vox, calificando “el pacto alcanzado en Andalucía como peligroso”, acusando a “las derechas” de repartirse el poder en el próximo ejecutivo regional, advirtiendo que “estar al mismo tiempo con el sentido común y los extremistas no es posible”, para acusar finalmente a Ciudadanos de “abrazar las tesis de ultraderecha de Vox”, olvidando que esa formación es la misma con la que suscribió el llamado “Pacto del Abrazo” en febrero de 2016, germen de la investidura que protagonizó, para ser derrotado en ella por los votos en contra tanto del PP, como de Podemos.

Nuestros políticos, unos y otros, parecen coincidir con el filósofo y profesor de la Universidad de Georgetown Jason Brennan, al pensar que “el problema de la democracia son sus votantes”, especialmente si no votan lo que a sus intereses parciales más interesa, así se respeta cuando uno recibe sus votos, pero no cuando ello no sucede, sin intentar comprender el por qué del sentido del voto que, con seguridad, tendrá mucho que ver con sus propios errores políticos, se llamen ERE’s, Gürtel o “3%”.

Los votantes votan y ustedes, señores políticos, deben construir mayorías con los resultados obtenidos a través de los necesarios pactos, evitándonos a todos descalificaciones sobre la composición de esas mayorías, que serán heterogéneas por la propia peculiaridad del espectro político en el que los españoles han decidido verse representados. 

El señor Casado, como líder de la oposición, debe presentar alternativas más allá de recordar permanentemente las diferencias entre quienes apoyaron la moción de censura a Mariano Rajoy, y el presidente de Gobierno en ejercicio gobernar, sin caer en la descalificación hacia las mayorías que no le son propias, evitando “ver la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio”, aplicando a los demás lo mismo de lo que se queja en piel propia. Aunque ambos lo mejor que podrían hacer es reflexionar hacia el interior de sus organizaciones y repasar los errores que han cometido para perder el apoyo social que antes tenían y ahora se reparten con otros tres partidos políticos.

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