Ya tenemos otra Navidad en marcha, la época que sirve de cómodo refugio para el fingimiento, un recoveco del año en el que se nos vende felicidad sin ton ni son, a diestro y siniestro…
En mi mente no para de sonar estos días esa bocina estridente de coches de choque de la feria como preludio a unas típicas frases de mercadillo: ¡felicidad!, ¡felicidad! Mira que la estoy regalando… Me la quitan de las manos, oiga… ¡Menuda felicidad traigo, señora…! ¡A 5 euros, guapa! ¡Felicidad a 5 euros!
Y vamos camino de una noche de uvas en la que es de obligado cumplimiento también ser feliz y pasártelo bien para que no te comparen con una vaca a cuadros o con un perro azul.
Entre otros muchos casos, quizá demasiados, los que viven un duelo reciente, los ancianos que viven solos, los que se han quedado arruinados, los que viven en la calle, los que luchan contra un cáncer, los que viven a oscuras porque les han cortado la luz… sólo ansían una cosa: que llegue el 7 de enero y que se rompa en añicos el estereotipo de la Navidad. Ya falta poco.