Con el año nuevo llegan los deseos y los buenos propósitos. Para unos, será dejar de fumar o empezar a hacer deporte. Para otros, pedir que llueva mucho en el 2019. Y es que podría ser la única manera de que los conductores puedan utilizar su “viejo” coche en grandes urbes como Madrid o Barcelona.
En Madrid, desde que el Consistorio pusiera en vigor su nuevo protocolo anticontaminación, coger el coche se ha convertido en una auténtica pesadilla. Los conductores ya han padecido dos restricciones de circulación. En el primer caso, se retiró al día siguiente porque llovía, y en el segundo, se activó un escenario 2 “light”, por las fiestas, que permitió que circularan los coches sin etiqueta ambiental. Pero esta gracia navideña está a punto de acabar. La espada de Damocles amenaza de nuevo a muchos particulares, trabajadores y autónomos que residen en Madrid.
De los cerca de 5 millones de vehículos matriculados en Madrid, casi 2 millones carecen del distintivo ambiental de la DGT por ser los más contaminantes. Dicho de otra forma, más de un tercio de los vehículos no puede circular por Madrid y sus alrededores en caso de activación del escenario 2 a 4 del protocolo anticontaminación. En el caso más extremo de contaminación, el 5, la práctica totalidad de los conductores madrileños (4,5 millones de coches sin etiqueta, B o C) no podría utilizar su vehículo.
Pero puede que no haga falta llegar a ese escenario 5 para ver un Madrid sin coches por las calles. A raíz del dieselgate, y de las nuevas medidas para calcular las emisiones de CO2, NOx y demás partículas, algunas asociaciones reclaman a la DGT que modifique las etiquetas para que se ajusten más a las emisiones reales, lo que dejaría sin etiqueta B a todos los coches vendidos antes del 2015, mientras que los matriculados a partir del 2015 pasarían de la categoría C a la B.
Muchos de estos conductores compraron hace poco su coche porque les dijeron que era menos contaminante. Si resulta que estos coches contaminan más de lo que pregonan sus constructores y dictan las etiquetas, acabarían pagando los conductores justos por los pecadores.
Entonces, ¿de quién nos podemos fiar a la hora de tomar la decisión de cambiar de coche? No hace tanto, se fomentaba la compra del diésel y en 2007, representaba todavía el 70% de las ventas. Con la repentina “demonización” de este combustible, las ventas han caído en picado y, a finales de 2018, solo supusieron el 30% del total de los vehículos comprados, frente al 62% para los coches de gasolina, y el 8%, los híbridos y eléctricos.
¿Menos diésel y más gasolina igual a aire más limpio? Pues no. La Agencia Medioambiental Europea acaba de publicar un informe muy preocupante. Desde 2017 circulan más vehículos de gasolina que de diésel, y en ese tiempo se ha producido un aumento de las emisiones de CO2, lo que no ocurría en España desde hace 10 años.
Así que nuestro gran salvador es el coche eléctrico ¿o el híbrido, aunque este último consuma gasolina? Pero esos coches continúan siendo más caros y las ayudas, muy escasas. La Comunidad de Madrid acaba de sacar un plan renove pero sólo se dirige a la adquisición de coches nuevos. En otros países, existen planes que incluyen la compra de coches “limpios” de segunda mano, lo que facilita la renovación del parque automovilístico.
Y es que antes de simplemente prohibir a la gente que circule, sería necesario brindar todas las facilidades, y con el tiempo suficiente, para que se pudiera cambiar de coche. Si un conductor sigue circulando con su coche diésel del 2005, posiblemente no sea porque le guste lo “vintage”, sino porque no tiene más remedio. No es justo ponerle la etiqueta de contaminador y restringir sus libertades porque de repente, lo que se lleva, es el coche eléctrico.
¿Acaso es el coche eléctrico la panacea? Según organismos como la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología o el Instituto Sueco de Investigación de Medio Ambiente, la fabricación de un vehículo eléctrico puede provocar unas emisiones contaminantes superiores al de uno tradicional y la electricidad que va a usar ese coche para moverse tampoco resulta tan limpia de producir. No es lo mismo conducir un coche eléctrico en Australia, cuya electricidad procede en su totalidad de los combustibles fósiles, que en Noruega, que obtiene casi toda su electricidad del agua y las energías renovables.
Por lo tanto, los vehículos eléctricos también contaminan. Y eso sin mencionar la dificultad del reciclaje de sus enormes baterías. ¿Y qué decir de las muy deficientes infraestructuras para recargar los coches en nuestro país, tanto en las calles como en los aparcamientos? El Gobierno apuesta por el coche eléctrico pero no hay donde enchufarlos. Los únicos que están haciendo su agosto en pleno invierno son los instaladores de puntos de carga para coches híbridos o eléctricos. Ahí sigue el negocio, en los enchufes.