Es la mañana del día 15 de enero de 2019. Esa tarde se votó en la Cámara de los Comunes el Acuerdo de Retirada del Brexit a favor o en contra. Es ahora cuando cabe preguntar con más ahínco por qué un país no puede salir de la Unión Europea. ¿Es una cárcel de pueblos? ¿Porqué no se puede salir?

Hay más de una razón y seguirán siendo válidas después del voto de ayer en Londres... No se puede salir porque el destino intrínseco de la participación en una organización como la Unión Europea es devenir en supranacional, y eso constituye el fundamento para solicitar, de buena fe, la entrada en la misma. Porque el ingreso se hizo con pleno conocimiento de causa y compromiso de permanencia leal por cada uno de sus integrantes.

Porque los Estados participantes se declaran dispuestos a salvar una nueva etapa en el proceso de integración europea emprendido con la constitución de las Comunidades Europeas, inspirándose en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa. Porque a partir de ahí se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona, así como el mantenimiento mancomunado de la libertad, la democracia, la igualdad y el Estado de Derecho.

Porque lo hicieron, -todos-, recordando la importancia histórica de que la división del continente europeo hubiese tocado a su fin, y por la necesidad de sentar unas bases firmes para la construcción de una Europa futura, sí, indisolublemente unida. Porque manifestaron el deseo irrevocable de acrecentar la solidaridad entre sus pueblos, dentro del respeto de su historia, de su cultura y de sus tradiciones.

Porque lo hicieron precisamente para fortalecer el funcionamiento democrático y eficaz de las instituciones, con el fin de que pudiesen desempeñar mejor las misiones que les son encomendadas, dentro de un marco institucional único, y sí, repito, con vocación supranacional. Porque declararon estar resueltos a continuar el proceso de creación de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa.

Y porque estuvieron firmemente dispuestos a encarar fraternalmente y de manera conjunta las ulteriores etapas que habrían de salvarse para avanzar en la vía de la integración europea. Por todos estos imperativos morales vertidos en derecho vinculante, no se puede, ni debe, salir un país de la Unión Europea. Pero con realismo hay que convenir en que, además de la Moralidad y del Derecho, existen en la conciencia de los hombres otros impulsos que les impelen a actuar, algunas veces en su propia contra, y exigen, andando el tiempo, una plasmación práctica, inevitable y exigible.

El Brexit es uno de esos impulsos. Y la negociación realizada con notable empeño por la UE y notoria desidia por el Reino Unido ha sido la vía para darle plasmación práctica reduciendo el daño que va a causar, deal or no-deal, a su mínima expresión posible. Que será grande.

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