Érase una vez un rey que soñó con ser quien es hoy, pero con temor en el presente hacia el mañana, años después de no encontrar entre las ‘Casas Reales’ europeas lo que sí vio en televisión, concretamente en el telediario.

Érase una vez un político que al autoconvencerse de no poder alcanzar el poder, intentó garantizarse el sueldo como secretario general de su partido, lo cual le supuso ser acuchillado por sus propios, granjeándose la simpatía de otros muchos para los que, hasta entonces, era marginal; alcanzando con ello aquello que él mismo se había convencido de no ser capaz de lograr nunca, en expresión máxima del éxito de critica y público que, con cierta frecuencia, los fracasos generan.

Érase una vez una estudiante de derecho que, tras diez años de carrera  universitaria, logró convertirse en abogada, aún sin ejercer en la profesión, pues desde su entrada en política, a los diecisiete años, su cotización a la Seguridad Social, recién cumplidos los cuarenta y cuatro años de edad, no recoge ni un sólo día de trabajo por cuenta ajena fuera de la organización de su partido o de los cargos públicos desempeñados.

Érase una vez un asistente de la lideresa liberal por antonomasia, quien  hubiera querido ser la Thatcher española, sin conseguir ir más allá de los limites de la Comunidad de Madrid, ni a la velocidad de escapatoria en su propio vehículo particular, mientras dejaba tras de sí un reguero de ranas sobre charcas que nunca reconoció haber pisado; que completó su formación como pre-lider, a la diestra de quien fue capaz de poner sus pies embutidos en botas de vaquero de western, sobre la mesa del hombre más poderoso del momento, para ahora pelear por tener la “vox” más nítida a la derecha del Mississippi.

Érase una vez dos “presidents” de un territorio que nunca fueron candidatos para tal función, uno de ellos huido y el otro, su sustituto, promocionado para tan alto designio desde un discreto organismo municipal, quizás en recuerdo de los tres años que pasó como sargento del ejercito español en la “imperial” Toledo.

Érase una vez un ex-vecino de Vallecas, ahora domiciliado en la exclusiva zona de la sierra del Guadarrama, en el municipio de Galapagar, aun manteniendo una  cuidada estética en su forma de vestir que permite a un colectivo de votantes su identificación, quien supo conseguir saltar de las tertulias televisivas a ocupar un puesto en escaño en el Congreso de los diputados, liderando un grupo de otros cuarenta y tres, entre los que se encuentra, como su más cercana mano derecha, la madre de sus hijos; al grito de ni derechas, ni izquierdas …sino los de abajo frente a los de arriba, pareciendo claro que él no está, ya, tan abajo, como, digamos, la mayoría de la gente a la que dice representar.

Érase una vez quien amagó con apoyar al principal partido de izquierda de un país, a través del inconcluso “Pacto del abrazo”, llegar a conformar una mayoría, tan de cambio, en Andalucía que incluso incluye a la ultraderecha, mientras reclama para sí el voto socialdemócrata y dice mantener su afiliación a la UGT desde los tiempos en los que trabajó en “La Caixa”; valiente y osado donde los haya, como bien muestra la primera foto por la que se hizo famoso, insuperable para todo el marketing posterior que ha utilizado.

Ni la más fina ironía, ni el sarcasmo más delicado podría superar este relato ficcionado, porque cualquier parecido con la realidad es pura casualidad o coincidencia, simplemente se trata de “un país de nunca jamás”.

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