Un grupo de gente pide sus cafés a media mañana de un día laborable en cualquier bar de España, y se oye: uno descafeinado de máquina y otro de sobre; uno manchado con una gota leche fría; otro muy corto de café, en vaso, con leche muy caliente; un cortado doble, uno con hielo y otro doble, un carajillo, uno con leche pero con sacarina y otro solo. Sí, son diez personas pero todos ellos con un gusto diferente a la hora de tomar su café o, al menos, de pedirlo.

Y esa personalización en los gustos y sabores parece haber hecho presa también en las opciones políticas, donde la atomización y la diferenciación han hecho fortuna para que los espacios antes ocupados por partidos políticos sean ahora terreno para las plataformas y las confluencias, de tal  modo que enumerar ”Unión del Pueblo Navarro”, “Compromís”, “Coalición Canaria”, “EH Bildu”, “PNV”, “En Comú Podem”, “Nueva Canarias”, “ERC”, “En Marea”, “PDECat”, “Ciudadanos”, “Podemos”, IU”, “PP” y “PSOE” es una lista que aglutina a las quince opciones políticas que hoy tienen acomodo en alguno de los sillones del Congreso de los diputados, que puede ser más extensa próximamente si las opciones de Vox, Pacma, BNG, “Geroa Bai” o algún otro cristalizan, todo ello sin contar articulaciones de carácter municipal o autonómico como la que supone “Más Madrid” a través de Manuela Carmena e Iñigo Errejón, que marcan sus propias peculiaridades.

Pero incluso dentro de los dos grandes partidos políticos históricos, PSOE y PP, empiezan a observarse facciones que buscan el reconocimiento a una cierta autonomía dentro de ellos, bien por la particularidad del territorio del que proviene, bien por el personal liderazgo de quien les dirige, es el caso del PSC en Cataluña o de los socialistas andaluces, pero también de las huestes “populares” gallegas patroneadas por Feijóo. 

El último episodio de la crisis vivida por Podemos en Madrid, aún inconclusa en sus consecuencias finales, se ha llevado por delante, de momento, a quien era secretario general del partido morado en Madrid (y hombre confianza de Pablo Iglesias), Ramón Espinar, lo cual no consiguió ni el antecedente de su padre como beneficiario de las “Tarjetas Black” de Bankia, ni su negocio inmobiliario a cuenta de un piso de protección oficial. Con Íñigo Errejón personificando la resistencia al líder.

Y en Andalucía va camino enmarcarse otro ejemplo de resistencia, a través de la faraona destronada, decidida a aferrarse al rol de jefa de la oposición parlamentaria, después de haber sido presidenta de la Junta durante seis años y no conocer otro trabajo que el vinculado a los cargos orgánicos de su partido político y los cargos públicos, a los que por ello, accedió; enfrentándose a la dirección de su organización, posicionada ya en la búsqueda de un futuro para el socialismo andaluz con el que pasar página del pasado, especialmente del otoño de 2016.

Quizás el misterio demóscopico español se encierre en la posibilidad de que el voto unitario de cada ciudadano pudiera recoger “un todo” con la composición de los mejores rasgos parciales de éstos líderes políticos atomizados que ya no aspiran a conseguir gobernar el país con una mayoría absoluta, sino simplemente acercarse al 20% del total del voto emitido (alrededor del 10% de la población real con capacidad de votar), personalizando la elección de nuestro sufragio al gusto, igual que a la hora elegir un café.

Así podríamos elegir el rasgo dialogante de Pedro Sánchez, demostrado, al  menos, con los independentistas catalanes; la capacidad comunicativa de Pablo Iglesias, experto en tertulias y programas televisivos, a pesar de la machaconería que utiliza para subrayar sus “mensajes fuerza”; la permanente sensación que da Albert Rivera de haber acabado de salir de la ducha; la naturalidad con la que Pablo Casado vende recetas con aires de modernidad pero con un fuerte olor a naftalina; la destreza de Aitor Esteban, y todos los líderes del PNV, para poner “una vela a dios y otra al diablo”, al mismo tiempo; la estudiada puesta en escena de ERC, al utilizar la estrategia del “poli bueno” y el “poli malo”, con Tardá y Rufián al frente de las escaramuzas; el placer que supone oír el sentido común que aporta Joan Baldoví, de Compromís, en cada una de sus intervenciones parlamentarias o la sugerente exigencia a nuestra imaginación que realiza el PDECat, antes la CDC de Pujol; para adivinar el lugar exacto, en sus listas, en el que oculta a su real candidato.

¿Tiene ya su elección hecha?, ¿su café cómo era?, ¿corto o largo?, ¿azucarado o con sacarina?, ¿manchado o bien cargado?, ¿descafeinado de máquina o de sobre? Además su gusto no tiene porque ser siempre el mismo, incluso puede cambiar según el lugar, o la comunidad autónoma, desde donde haga su elección. Decida…¿cómo quiere su café?

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