El prestigioso sociólogo, filósofo y ensayista, Zigmunt Bauman, creó el concepto de “modernidad liquida”, como explicación de que, en nuestra contemporaneidad, en nuestra época, casi todas aquellas cosas que creíamos sólidas se han licuado, desde luego sucede en valores y derechos, pero también en el concepto de prestación de servicios. Hoy se vende, exigiendo un precio por ello, cosas que nunca antes lo habían hecho.

Así, los bancos, que históricamente remuneraban al ahorrador por los depósitos de éste, han ido sacando ventaja de los condicionantes del entorno para ahora, no pagar por ello y, al contrario, ingresar por las comisiones de los fondos de inversión en los que recomiendan invertir a los clientes, sin compromiso de rentabilidad, generando pérdidas a sus asesorados en más ocasiones de las deseables y recomendables.

Y el negocio inmobiliario tampoco es ajeno a esta nueva realidad “líquida”. Tradicionalmente quien pretendía vender un inmueble, su piso o su casa, acudía a los servicios de un profesional experto en el sector, quien ofrecía su mejor saber y hacer, para facilitar la venta, difundiendo las ventajas del producto, ofertándolo a posibles interesados y dándolo a conocer entre otros colegas, todo ello bajo la contraprestación de obtener un porcentaje sobre el valor de la operación finalmente realizada.

Pero el fluido líquido de nuestra modernidad ha traído hasta nosotros un nuevo servicio inmobiliario, del que la firma Housell es una de sus principales marcas, se trata de portales virtuales inmobiliarios que anuncian venta de viviendas, con la única certeza de que usted les pagará sus honorarios, se realice la venta o no, es decir desde el mismo momento en que captan un cliente que pretende vender una propiedad inmobiliaria, ya han conseguido su objetivo (él de ellos), pues realizar la operación no forma parte de su reto, ni de su meta… Ese sólo es su problema (él de usted).

La publicidad actual de Housell dice “La nueva forma de vender tu casa”, pero realmente de lo que se trata es de un servicio de anuncios, sin más, pero mucho más caro que publicarlo a través de un periódico o una web de intercambio de ofertas y demandas.

En la web de Housell se indica que han facilitado la venta de más de mil viviendas en uno año, pero lo que no indican es, en ese mismo periodo, cuántas no han conseguido vender y sí han cobrado sus honorarios, lo cual podría desvelar la verdadera estructura de su cuenta de resultados, más dependiente de lo ingresado por las viviendas no vendidas, que por las que sí lo han sido.

No se trata de una “inmobiliaria puntocom”, ni tampoco de ninguna revolucionara “star up”, sino simplemente de una agencia de marketing y publicidad con unas tarifas, por cierto, más caras que las que corresponden a la publicación de un anuncio. Cuya propiedad, ítem más, es del fondo de inversión Cerberus, principal acaparador del “ladrillo” procedente de la banca española, sacando ventajosas consecuencias de la crisis, quedándose a bajo precio viviendas que era evidente que, más antes, que después, sus valores se recuperarían. 

Quizás todo se pueda resumir en que hoy el servicio no es lo importante, sino únicamente captar clientes más allá de valorar las necesidades reales de éstos, tal como afirmó Zigmunt Bauman: “La cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir”, aunque sea ganando dinero a base de no vender casas.

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