A todo color y lleno de españoles nada fingidos, cientos de miles se dieron cita en un acto auspiciado por el descubridor Cristóbal Colón. La concentración lo fue en una única dirección ciudadana: la unidad de España y, por ende, unas elecciones generales cuanto antes.
Yo soy muy de Cicerón: “El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes". Pedro Sánchez ha menospreciado a cuantos españoles honramos de igual manera tanto los derechos como las obligaciones emanadas de la Constitución, y por ello nadie tiene la facultad de malvender, hipotecar o diseccionar la unidad de todo un país por mucho presidente de gobierno se haga llamar. El pueblo es soberano por mucho que el señor Sánchez pretenda “traficar” con él como si esto fuera un mercado de esclavos. La del domingo día 10 fue la fiesta del ser español para sacarle músculo al silencio bajo una reflexión pacífica.
Los sátrapas que ululan cuando manifiestan que el ser español equivale a ser facha son aquellos con idéntico discurso válido tanto para España como para Sierra Leona. Es igual. Lo importante para ellos es que les paguen o subvencionen por los servicios prestados, sea quien sea. Son compromisarios de la falsa moneda. Ilusionistas de la doble moral y percusionistas de rancias soflamas. Son los capaces de vivir a costa del Estado y a la vez renegar de España y de los españoles. Pero eso sí, los españoles de respetuoso talante con los demás solo les convenimos para pagar sus cuentas y canonjías. Y luego nos hablan de igualdad, de derechos humanos, de diversidad, de ese buenismo que han procreado a favor de su inventario moral y económico. El buenismo ultratolerante con todo y con todos, por supuesto con todos y con todas, menos con nuestros valores en cultura, en historia, en educación, en respeto y en tradiciones que a ellos les incomoda y tratan de erradicar para después convertirnos en seres políticamente correctos.
En resumen, se es facha por haber nacido en España, estudiado, trabajado y contribuido al crecimiento de este país. Se es facha por respetar a las fuerzas del orden, por estar al lado de la justicia sin complejos, por no menoscabar la libertad bien entendida y por entender que la igualdad es hacer que la raíz cuadrada de la nada tenga como resultado a unos regidores que se encarguen de proteger los intereses generales frente a la ambición personal de unos pocos.
Después de ocho meses de culto por el diálogo y el populismo más rancio, viajando más por extramuros que haciéndolo por nuestras pedanías, cabe suponer que don Pedro ya habrá resuelto todos los problemas del más allá; sin embargo, los nuestros se acrecientan ante la falacia del diálogo que todo lo arregla. Y así estamos, con su propio partido dividido, y el Estado y la Nación a punto de convertirlos en rehenes de los independentistas gracias a su fiebre monclovita. A los demás, que nos den.
Sus ansias de ego le abrieron las puertas de la Moncloa, por cierto, una casa que mantenemos todos los españoles y españolas; sin embargo ha tenido la oportunidad de regenerar aquello que otros, como lo fue por debilidad e inoperancia de Rajoy, ni quisieron ni supieron hacer. Ni por esas. Don Pedro estuvo de acuerdo en no dar a los independentistas otra cosa que no fuera el artículo 155 y hoy está dispuesto a mercadear con ellos como si España fuera un chollo a precio de saldo.
En fin, don Pedro hasta el momento ha gobernado a golpe de talonario y a golpe de decretazos. O sea, ningún proyecto de futuro que nos haga sentir ese pálpito de hegemónica tranquilidad ni para presente ni para más adelante. Es lo que tiene el gobernar en primera persona y no hacerlo para todos sin distinción de credo. De manera que vayamos a las urnas y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Mi libertad es mi voto, mi voto es mi respeto, y mi respeto es mi país.