Carnavales

Figura de Felipe VI en el Carnaval de Ribas de Freser. @BadiuMicaco

En mí no cala hondo esta fiesta. La considero tan necesaria como lo puede ser el escalar el Himalaya por su cara norte con los pies descalzos. Sin embargo, estoy de acuerdo en que el Carnaval viene a colorear los aspectos grises de nuestra vida cotidiana. Sabido es que para los españoles –o buena parte de ellos- todo lo que sean arrebatos callejeros va en nuestro ADN.

Repito que yo no soy muy de disfraz carnavalesco y lo digo sin intención de mancillar el festejo por el gozo en quienes lo enigmático les sube de punto. Vamos, que les estimula ese desdoblamiento de identidad. Para muchas personas esta fiesta, tan de origen pagana como colorista, lejos de seducir vistiéndose de sheriff de Oklahoma o de Batman, les permite sacar pecho, aunque sea en sentido figurado. Hoy en día los disfraces no guardan relación con la imaginación de antes cuando las madres enhebraban agujas siendo capaces de doblegar una tela de saco hasta convertirla en el traje del Capitán Trueno. Hoy todo está en Carrefour o en Amazon.

Yo no me pongo disfraz porque estoy bastante repetido. De manera que no paso  desapercibido para ciertas personas. A día de hoy llevo contabilizados un buen número de casos de quienes me han parado en la calle para saludarme. La realidad es que saludan a otro que no siendo yo debe ser idéntico al que ellos creían que yo era. Por cierto, de agradecer que aquellos que me han abordado en tales encuentros tan fortuitos, ningún reproche ni cuentas pendientes deberían tener con mis clones. 

Vuelvo a lo que me trae. De manera grupal o al libre albedrío, el disfrazarse invita a la desinhibición de la persona. Por naturaleza el ser humano se siente más seguro cuanto más gente haciendo lo mismo se concentra a su alrededor. Es una simple cuestión filosófica. La masa humana lo es por propia inercia de actos. Por ejemplo, un partido de fútbol de gran rivalidad. Un mitin o un concierto de algún famoso de moda, son simples ejemplos que sirven para darnos cuenta de la buena acogida que tiene un festejo cuanto más arropado se encuentre el individuo. 

El Carnaval, como acto jubilar, se hace más necesario en tiempos de desarraigo como los que nos rodean. Da igual que la persona o personas residan en una pequeña población como si lo hacen en las grandes urbes. La soledad, a pesar de las masas, es una manera de exclusión social cuya práctica en nuestra sociedad actual adquiere tintes muy alarmantes. De ahí que las celebraciones populares, sean de la condición que sean, es una invitación a la suelta de prejuicios, olvidos y demás calamidades que se abalanzan contra el humano que no encuentra cabida en este mundo. 

Y si de mundo hablamos, conforme nos cuenta Ortega y Gasset, el mundo no es otra cosa que el repertorio de nuestras posibilidades vitales. Es decir, aquello que representa lo que podemos ser. Siempre hubo grandes hazañas en solitario, pero los que forman parte de la “masa” se encuentran más seguros y hasta más conquistados por una euforia mayormente dirigida hacia la rebelión de conductas, tanto para lo bueno como para lo malo.

Si me dan a elegir me quedo con los Carnavales de Cádiz. Sus chirigotas y comparsas. El ingenio, la creatividad y la libertad de expresión que culturizan como nadie los gaditanos a través de la sátira y el doble sentido, sin faltar los pitos de caña, no tienen desperdicio. Sus  murgas  siempre diferentes, delirantes y recurrentes tienen dedicatorias que ni siquiera el gran poeta Alberti resultó ajeno a un cuplé: “Se casó Rafael Alberti/con una muchacha de treinta dos años/y en el viaje de novios/le enseñó al Alberti un peacito de ñoño/Rafalito al ver el ñoño/se bajó los calzoncillos/ y eso no subía na, ohhh/ella le dijo: “Cariño, que se mueran tos mis muertos/ tienes la pisha como un pestiño”.    

En fin, el Carnaval por antonomasia es la fiesta de cada cual y me consta que hay tantos carnavales como habitantes planetarios por metro cuadrado. Solo hay que dejarse llevar por una falsa apariencia para cubrir nuestros muchos defectos, soledades y abandonos. Al final la vida no es otra cosa que pura comedia y puro disfraz.