Feminismo liberal como receta contra la desigualdad

Albert Rivera, en su presentación como candidato de Cs a la Presidencia del Gobierno. Efe

La Historia nos ha demostrado que cada avance y conquista social alcanzado, entraña una reivindicación, un alarido clamor, tornado en toma de conciencia, capaz de forjar insólitas alianzas entre los más acérrimos rivales cuando la ocasión así lo exige.

Lamentablemente, no parece ser este el caso de quienes vienen autoproclamándose en adalides del feminismo de pancarta, o si lo prefieren, de esperpéntico cartel y dantesco espectáculo, al que algunos nos tienen acostumbrados.

Polarizar y dividir. Hablar ufanamente de opresión y discriminación hacia las mujeres, sin tener en cuenta a los hombres, no para hacernos partícipes de la solución, sino para señalarnos como verdugos, no es más que un reduccionismo errante que nos lleva a una lucha fratricida demasiado alejada de las desigualdades y barreras con las que se encuentran hoy todavía las mujeres.

No lo merecen las valientes que día tras día se levantan sabiendo que su tiempo, esfuerzo y talento está discriminado salarialmente respecto al de un hombre, o aquellas cuya destreza y malabares organizativos se convierten en su única salida para no tener que elegir entre carrera profesional y maternidad.

El feminismo, como movimiento de lucha por la libertad y empoderamiento de la mujer, no puede ser excluyente, sino inclusivo e integrador. Si no entendemos el triunfo de la Revolución Francesa sin el papel desempeñado por las mujeres, tampoco podemos entender, que a día de hoy, sigan enfrentándose todavía a una vorágine de trabas y desigualdades por el mero hecho de ser mujer. Ni tampoco, que nadie hable y siga decidiendo por ellas.

Es el caso de muchas mujeres, trabajadoras por cuenta ajena y valientes autónomas, que han visto cómo a la precariedad y trabas a las que se enfrentan a diario, había que añadir el radicalismo sectario e intolerante de quienes, en el Día de la Mujer, y en nombre de su liberación, amordazaban la libertad de elección y aniquilaban la capacidad de decisión de aquellas que se encontraban libremente en sus puestos de trabajo.

Cree firmemente quien suscribe, que en el Día de la Mujer, no caben las imposiciones ni coacciones. No hace falta cortar calles ni cerrar comercios para luchar por la igualdad real de la mujer. Precisamente, porque el feminismo nos necesita a todos, a toda la sociedad, para combatir el drama del miedo y la lacra de la violencia machista que sufren todavía muchas mujeres, así como por los prejuicios, trabas, brecha salarial y ese techo de cristal al que se enfrentan y que comienza a resquebrajarse. Precisamente por todo ello, no podemos caer en las trincheras de la confrontación que tratan de alimentar algunos.

Hay quienes sin pudor y tampoco sin estrépito tratan torticeramente de patrimonializar el feminismo, llevándolo a un reduccionismo, que relega al feminismo a mero apéndice de intolerancia y sectarismo.

No solo se trata de que haya quien se dedique a cambiar vacuamente palabras sin proponer medida alguna en pro de la igualdad real de las mujeres, sino que además, se excluya y criminalice a los hombres. Y es que tan dañina es la etiqueta del binomio entre el hombre dominador y la mujer sumisa, como retrógrado decir que la violencia está en el ADN de la masculinidad, tal como recientemente ha espetado la Sra. Carmena. O si lo prefieren, la perversa distinción acuñada por el presunto feminista Monedero, que tan solo reparte carnés de buen feminista si ya tienes el de anticapitalista, o en su caso, siempre que no se trate de “mujer blanca y rica”.

Ante semejante fraude y distorsión de un movimiento transversal, que perpetran quienes no pretenden sino confrontar y linchar al diferente, este columnista seguirá reivindicando el Día de la Mujer y día tras día, la visibilización de los avances logrados y el camino que queda por recorrer en la lucha contra las desigualdades históricas y presentes que todavía hoy sufren las mujeres.

Pero especialmente, seguiré manifestándome a favor de la libertad y la dignidad de todas las personas, porque contrariamente a lo que piensan los patriarcas de la ideologización del feminismo, para luchar por la igualdad real de las mujeres, no solo no importa el género, origen o procedencia sino que es la lucha de todos, en la que la inclusión y la diversidad se convierten en necesidad para construir un presente y un futuro en que el miedo no se apodere de una mujer al ir sola por la calle o su talento y sus horas de trabajo no valgan lo mismo que las de un hombre.

Por ello mismo, desde estas líneas, quiero expresar, al igual que cientos de miles de mujeres y hombres, que el feminismo es una lucha y un compromiso adquirido que a todos nos afecta y que solamente lograremos una sociedad feminista, que luche por la igualdad y la dignidad real y efectiva de las mujeres, desde la libertad y la pluralidad, desde un feminismo liberal, abierto e inclusivo, sin odio ni revanchismo.