Merienda festiva en la puerta de la Consellería de Economía de la Generalitat el 20-S
Vivimos en unos tiempos que parece que lo importante no es lo que sucede, sino los diferentes relatos de unos determinados hechos, de tal modo que cualquier cosa puede ser defendida desde una determinada visión, que puede estar en las antípodas de lo observado por otra, pareciendo carecer de importancia la real sustancia de lo sucedido, todo ello inmolado en el altar de lo que se dice que ocurrió, ¿a quién le importa si sucedió o no?
Seguramente si Hitler hubiera ganado la la 2ª Guerra Mundial, el relato de los hechos hubiera sido muy diferente del que hoy forma parte de los libros de Historia.
Stanley Greenberg, asesor político del Partido Demócrata de los EEUU utiliza una frase que resume la importancia de las historias que se cuentan, más allá de unos determinados hechos: “El relato, la narración, es la llave de todo”, poniendo el foco en que quienes cuenten la ‘mejor historia’ (organizaciones o individuos), ganan la partida para sus intereses.
En un mundo donde se ha impuesto la fuerza de la imagen, y la información se ha convertido en un elemento de consumo, perdiendo capacidad de generar propia auto-reflexión, aniquilando el debate y el intercambio de ideas, más allá de, a imagen de las tertulias televisivas o radiofónicas, que se limitan a imponer el propio criterio por encima de cualquier otra cuestión; el relato ha acabado por imponerse como técnica de marketing, aún siendo ficcionado, sustituyendo, de hecho, al verdadero “proyecto” político, donde lo importante es lo que se cuenta por parte de los medios de comunicación, por encima de lo que verdaderamente ocurrió.
Y un ejemplo palmario de la utilización del relato por encima de la realidad de los hechos, lo podemos encontrar en relación a todo lo sucedido en torno al 20-S de 2018, cuando la filtración interesada de una simple información en relación a una investigación judicial sobre posibles pruebas, o evidencias, de un apoyo institucional por parte del gobierno autonómico catalán, en su rol de primer representante del poder del Estado de España en Cataluña, encaminados a propiciar la consulta del 1-0, declarada anticonstitucional por las autoridades judiciales competentes, fue utilizado para hacer presión desde la calle rodeando la sede de la ‘consellería’ de Economía de la ‘Generalitat’, amedrentando a los funcionarios que cumplían con su obligación, tal como ha relatado la secretaria judicial, Montserrat del Toro, en la fase testifical del juicio conocido como causa del “Procés”, quien ha aportado un testimonio más que esclarecedor de lo que realmente ocurrió ese día allí, mientras el diputado por el Congreso, Gabriel Rufián, se permitió regalar al tribunal con la frase de: “Me chirría que se dijera que aquello era una rebelión o un tumulto peligroso, porque yo fui a comer, yo fui a merendar y yo creo que en una revolución a merendar va poca gente”, lo cual, más allá de intento de manipulación del relato, es una falta de respeto, a la vista de las imágenes disponibles, tanto a la sociedad catalana, como a la española en su totalidad e, incluso, a sus propios votantes y militantes.
Pero la realidad es que “tras casi 16 horas de asedio, sobre las 24:00 de la noche, pudo prepararse una salida para que la letrada de la administración de justicia del juzgado de instrucción actuante [el número 13 de Barcelona] pudiera abandonar las instalaciones con seguridad, a través del teatro sito en el inmueble colindante, lugar al que hubieron de acceder desde la azotea de los edificios, saltando para ello un muro de aproximadamente metro y medio de altura”, una descripción que no tiene nada de festiva y que atenta contra la libertad individual de las personas y la propia seguridad en el desarrollo de su trabajo.
Así, cada día más, los políticos, en el sentido literal de la palabra, están siendo sustituidos por una suerte de especie de “monologuistas”, incapaces de dialogar, simples intérpretes de unos textos, e “ideas fuerza”, que repiten hasta la saciedad, sin parar, convertidos en aparatos de propaganda, multiplicando la demagogia entre sus seguidores, sin buscar soluciones a los problemas reales de la gente, que seria la esencia de su cometido primigenio.
El 1-0 no fue la exaltación popular de ningún sentimiento que terminara por expresarse en ese día, sino un calculado desarrollo de hitos que empezaron mucho tiempo atrás, de los cuales los hechos del 20-S, o las decisiones del Parlament de Cataluña sobre las leyes de desconexión aprobadas el 6 y 7 de septiembre fueron un paso más. Calificar el asedio a los funcionarios judiciales que pretendían desarrollar su trabajo en la ‘conselleria’ de Economía, admite muchos adjetivos calificativos menos el de “merienda festiva”.
Sr. Rufián, no quiera tomarnos el pelo a todos, porque su relato no aguanta la realidad de unos hechos que, quiera usted o no, se les escapó de las manos.