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Mujeres, hombres y viceversa

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Esto de lo inclusivo se nos está yendo de las manos. Parece mentira, pero es así. En unos pocos días, quizás horas, mujeres, hombres y viceversa, tendremos serios problemas a la hora de relacionarnos. La estulticia no es algo nuevo, siempre ha existido tanto en privado como en público; ahora bien, hacerlo por megafonía para que todo el mundo se entere, se me antoja un derroche de imbecilidad sin fronteras.

Aena se ha sumado a la moda al entender que puede ser objeto de denuncias. Se acabó el tradicional aviso: “Atención señores pasajeros con destino a Puerto Hurraco, pueden dirigirse a la puerta de embarque núm. 42”. Ahora quieren que estos mensajes tengan un carácter neutro. Por ejemplo: “Atención, si su viaje es con destino a Puerto Hurraco, pueden dirigirse a bla, bla, bla”. Que nadie piense en mi falta de sensibilidad a la hora de viajar ni con Aena ni a lomos de un borrico o borrica, lo que sucede es que mi corto raciocinio me impide asimilar que se haya dado un solo caso de llegar tarde a la puerta de embarque por esta diferenciación de género aéreo

Veamos hasta dónde soy capaz de desplazarme en este espinoso episodio. Llevo siendo pasajero toda mi vida. Lo de señor pasajero lo dejo para las cortesías y los respetos entre semejantes de correcto proceder. Ahora bien, ser un tiquismiquis ya es para gama alta. Pretender que una señora y un señor seamos iguales en todo lo que nos rodea se me antoja una fogosidad política con vistas a urnas. La igualdad entre seres humanos opuestos en género es una quimera por parte de quienes tratan este tema con mucho ímpetu, pero con demasiada frivolidad. 

Hace unos días ha trascendido la noticia de unos científicos de Maryland que han descubierto en qué consisten las diferencias entre los cerebros masculino y femenino. Pero esta vieja cuestión de corte biológica no es lo que me trae hasta aquí. Me fascina más el aspecto sociológico de esta vieja encrucijada. Digo lo de vieja no por cuanto la defensa de la mujer lo sea por una caprichosa pataleta, sino porque la lucha de cuantas mujeres a lo largo de la historia han perseguido la igualdad y defendido sus plenos derechos, ahora no deben caer ni en saco roto ni en manos de desalmados machistas ni en feministas de rancios extremismos. Una cosa bien diferente es la legítima y épica reivindicación que se arrastra desde la época del paraíso terrenal, y otra muy lamentable es la de poner en valor la condición de la mujer en una especie de “mercado de ocasión” por quienes aprovechan cualquier resquicio electoralista. A mí esto me parece deleznable. 

Sucede que el poder suele ser obsceno por naturaleza. Dicho esto, da igual mujer que hombre al frente de una macroeconomía o jerarquía de gobierno. Para el poder, la cuenta de resultados está por encima de géneros y demás gollerías. El amiguismo, el enchufismo, el intrusismo,  e incluso los celos profesionales, dan casi siempre por saco a los de abajo. Mujer, hombre o viceversa, la realidad es que no existimos para los que ostentan la omnipotencia y tienen la facultad de cambiar el signo de la desigualdad. Ya sé que resulta molesto oír lo que digo, pero el ser humano es tan antiguo como sus propias divergencias sociales y económicas.   

A las pruebas me remito. Poco o nada estos pluriempleados y pluriempleadas del feminismo extremo han sacudido las conciencias de los hombres que en diversos lugares de este planeta someten a las mujeres hasta la deshonra más perversa. Poco o nada éstos y éstas que vocean los derechos de la mujer, han salido a proteger a cuantas niñas son obligadas a contraer matrimonio con ancianos. O lo han hecho en favor de impedir en aquellas la terrible práctica de la ablación del clítoris. No me olvido de cuántas mujeres son lapidadas hasta la muerte u obligadas a llevar tapado su cuerpo entero de por vida. Mujeres cercenadas en derechos, sometidas, blasfemadas, vejadas y maltratadas, pero claro, son otros países, otras costumbres y otras religiones.    

Mujeres, hombres y viceversa, no deben ser solo una cuestión diferenciadora de género. La igualdad está en el respeto, en una educación prioritaria y en saber aceptar que en la vida hay mujeres tan libres de elegir su vocacional desempeño en la sociedad como cualquier semejante que se precie en idéntico rol. El resto es puro arbitraje por parte de quienes aparentan una cosa y luego gustan de practicar sus jerarquías ejerciendo el control de sus intereses en favor de estrategias o caprichos más sofisticados. Eso sí, siempre a costa de los trepas o de los débiles. Otra cosa es que cada cual elija su bienestar como mejor le convenga desde el respeto más absoluto. Y ese sí que es el culto a la igualdad. Por cierto, en mí no cabe  ni una mínima presunción de machismo. Y a mucha honra.