La localidad de Calpe es maravillosa. Se trata de un pueblo de la costa mediterránea, perteneciente a la provincia de Alicante. Villa marina y marinera de bella estampa, cuyas calles recuerdan en todo momento la presencia del mar Mediterráneo en tierra.

Desde el casco histórico se desarrollaron promociones urbanísticas a lo largo de la costa. Dos zonas separadas por las inmediaciones del Peñón de Ifach, el puerto deportivo y pesquero, sirven de principal lugar para los visitantes. En sus playas como La Fossa, Cantal Roig y Arenal – Bol, personas de diferentes edades y nacionalidades descansamos.

La periodicidad es variable, tanto como el origen. Las comunidades de vecinos son dispares en idiomas. Es habitual precisar de traductor para una junta de vecinos. Puestos a comparar, he de reconocer que esas reuniones son mucho más tranquilas y pacíficas, respecto algunas del interior de España. Sí, quizá seamos más vehementes; puede que tengamos un mayor afán por discutir y un sentido diferente del volumen de voz. A diferencia, según he podido comprobar, el centro y norte de Europa. Ellos tienen un tono más sosegado. Aunque, ¿será el mar?

Esa mar Mediterránea besa de continuo la orilla. Tiene un enorme tesoro natural bajo el Peñón de Ifach. En la Cala del Racó se puede iniciar a los más jóvenes en visionar peces. A dos metros de la orilla sin haber cubierto el agua nuestra cabeza, si nos sumergimos, podemos ver a mil hermosos animalitos nadando. Unos más, otros menos, colores, formas y tamaños, entre las piedras, realizan movimientos apenas perceptibles. Después, a la edad debida, puedes iniciarte con el Centro de Buceo “Dive&Dive Company” en las profundidades junto al Peñón:

        —Si sopla Poniente, buceamos en Levante y viceversa -unos 11 meses con posibilidades de inmersión en la zona.

La mar se adentra en la tierra mediante algún canal subterráneo. Sus aguas afloran en “Las Salinas”, a doscientos metros de la costa en línea recta. Ese pequeño lago cuenta con puntos de observación para los amantes de la ornitología. Flamencos es un ave común de ese lugar, donde las fotografías tienen una luz especial, un color espectacular.

Allí, tras las cañas del lago hacia el interior, se encuentra “The Cookbook Hotel”; sin ruido, de decoración sobria, florece de la tierra este negocio hostelero. Uno de sus dos restaurantes brilla con luminaria propia: Beat.

La sencillez es su carta de presentación en el salón. Blanco en paredes, mesas y sillas; luz blanca, como la costa, nos envuelve para esperar la comida sin necesidad de distracción, salvo una rosa roja en la mesa, digno detalle para las señoras.

Su maître nos relata qué vamos a degustar -previamente se puede encargar el menú especial-, así como sus vinos más aconsejables para realizar el mejor maridaje. El espectáculo comienza con la mantequilla y un aceite de tres tipos de aceitunas. Mi esposa, nacida en Escañuela, Jaén, conoce el aceite de nacimiento:

        —Espectacular -fue el primer comentario.

Ahí iniciamos el viaje por un mundo, que nos transportaba desde la tierra al mar, viaje de ida y vuelta. Al llegar al plato a la mesa, la maître nos comenta de manera gentil el producto. La explosión en el paladar hacía que, al cerrar los ojos, viéramos el fondo del mar, el suelo del cultivo en la tierra o la brisa que rodea los paseos junto al puerto.

La medición exacta del balance de un caldo, el sabor de las verduras, frutas y mil sabores de un lado a otro del pensamiento y de los recuerdos. Antaño y hogaño se reúnen en el mismo instante interior para imaginar la felicidad de probar algo diferente. Animales marinos y terrestres, peces y moluscos, vacuno y porcino sin solución de continuidad, nos transportan de un lado a otro de nuestra mente.

Los postres culminan una sesión gastronómica sin par. Una altura superior de la estrella de la Guía Michelín concedida a este excelente local. Por una parte chocolate y eneldo; por otra, chocolate y cerveza negra combinado con pistachos y naranja. Un resultado excepcional.

Dos apuntes para añadir a la carta de vino: el rosado “Compromiso” de Bodega Cooperativa Torondos de Cigales, procedente de cepas centenarias, y el blanco “YX” de Hacienda Villarta, donde encontré sabor a tres frutas.

El chef, Don José Manuel Miguel, saludó tras el servicio a cada una de las mesas. El 99% le dimos los parabienes y las gracias por su trabajo. Un comensal al lado nuestro, con acento francés, quizá demasiado fino y entendido para el resto, se quejó de la simpleza de la decoración. Sí, como lo oyen. Un lugar concebido para el sueño del sabor de los alimentos tuvo un detractor. Hay que dar las gracias a ese individuo por su apreciación, corroborando el dicho del torero Rafael Gómez “El Gallo”:

        —Hay gente pa tó.

Brillante, Beat; maravilloso, señor Manuel Miguel: al éxito desde el trabajo.

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