López Obrador y Apocalypto

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. Reuters

“Una civilización no es conquistada desde fuera hasta que se destruye ella misma desde dentro”, Will Durant.

Con motivo de las declaraciones del presidente de México, hoy vamos a recordar una peli muy bonita e interesante del director maldito y disidente Mel Gibson: Apocalypto. Trabajo que podemos ver como una reflexión de la lucha del hombre en su supervivencia contra la naturaleza y contra el mismo. En este sentido, la jungla, las cataratas, el reino cruel y hermoso del entorno natural es, en mi opinión la gran protagonista de la película. Vemos al hombre, a la tribu, en total interdependencia con la hostilidad de selva para fraguar su vida. Se ve la caza, la relación entre los miembros y las relaciones de poder y conquista entre tribus hasta llegar al punto fundamental del sacrificio humano para adorar a dioses sedientos de sangre que otorgan favores en función del número de víctimas ofrecidas. Es decir, la aventura épica y mítica del hombre desde sus orígenes.

Por supuesto las fuerzas ideológicas dominantes, el establishment no están nada de contentos y acusan a Gibson de mentir y de exagerar en sentido peyorativo la cultura precolombina. Lo esperábamos y no nos deben de sorprender este tipo de críticas.

Sabemos que todo el totalitarismo actual tiene una dirección ideológica muy clara que parte del Paganismo para desembocar en la Utopía. El mecanismo de esta farsa simplemente explica que toda la Historia está creada por los Poderosos, los Imperialistas (Imperio Cristiano), los conquistadores, la raza blanca… que, utilizando todas las herramientas en su poder sea religioso, económico…han matado la inocencia esencial del individuo para crear una estructura injusta de la que, si somos buenos, nos van a sacar los "salvadores". Es decir, por aquellos “que no son historia”, sino que claman ser enviados para salvar la historia.

Evidentemente dicho planteamiento se nutre de dos hechos básicos: las culturas indígenas entendidas como vergeles de bondad y socialismo solidario antes de ser destruidas por los Imperialistas Cristianos; y por otro lado la mitificación de los pueblos “históricos” que el Imperialismo ha cubierto pero que comienzan a resucitar desde los últimos siglos en forma de Nacionalismo. Es decir, la historia de verdad pertenece a los que no han podido escribirla, porque el Latín, español e inglés, principalmente han sido las lenguas depredadoras que han tragado al resto. Lenguas asesinas. Y los pueblos destruidos han sido sublimes, “los parias de la tierra” que canta la Internacional.

Pero claro, los problemas comienzan a desvanecerse cuando empezamos a investigar y vemos que las culturas del “buen salvaje” no son tan lindas como parecen. Que en pleno siglo XV hay incestos, sacrificios y sed de sangre. También parece que los nacionalismos no tienen tanta historia como parece, en fin, que el chollo de beber de las aguas muertas de la Historia, negar la evolución y desembocar en la Utopía de las frases efervescentes y universales no es tan fácil, o tan cierto. Y reconozco que es una forma de pensar muy audaz que da mucho juego porque evita ensuciarse las manos en el fango del tiempo para simplemente decir, como un niño malcriado e inmaduro: esto no me gusta, ustedes son malos (el otro, el mítico otro), yo no tengo implicación con la Historia, adoro lo que nunca pasó y mañana seguiré juntos soñado con las grandes palabras aunque me quede millones de camaradas muertos en Siberia para velar por mis delirios.

El problema es que, como dice mi amigo Seamus, “History is a whore” y todos los totalitarismos beben abusan de ella para saciar su legitimidad.

Y creo, sinceramente, que lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es tratar de entender, no ya de interpretar de forma ideológica, sino de comprender realmente lo que somos y por qué hacemos lo que hacemos. Pero para eso hay que tener una actitud impensable en el hombre de hoy, politizado, subvertido y por tanto, reducido a “ideas”. No sean hipócritas y den las gracias por haber evitado su autodestrucción.