Opinión

Ruge el ruido y arruina la razón

Debate TV3.

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Vivimos en la sociedad del ruido, falso espejismo y mayúsculo equívoco que pone de manifiesto una democracia infantilizada. El gran error es creer que el ejercicio de la democracia consiste en la generación de un estado de opiniones, donde todas las personas son capaces de hablar con desfachatez sobre todos los temas participantes que carecen, en la mayoría de los casos, tanto del conocimiento de los mismos como de la capacidad de argumentación.

Cualquiera que se acerque, desde fuera, hoy a España y le dé por oír la radio o ver la televisión puede contemplar asombrado que, una tertulia de bar y de beodos ideológicos, o un debate entre candidatos políticos, constituye un pretendido programa de análisis de la realidad basado en una previas premisas de objetividad.

El mundo de los medios de comunicación ha consagrado como grupo corporativo, omnipresente a los periodistas de opinión, que salvo excepciones, que las hay y desvelan  grandes profesionales, la mayoría de estos medios, al servicio de la propaganda, ponen de manifiesto los grandes déficit de formación que presentan en asignaturas tan dispares como la dirección de debates o el manejo básico de las materias que tratan y sobre las que se pretende pontificar, sin caer en la cuenta de que para cada materia pueden existir científicos y especialistas.

Al parecer la competencia no es un valor a considerar, ni el saber escuchar para tratar de entender, sin prejuicios ni estereotipos, lo que dice el otro, preocupados como están por rebatir, interrumpir y en definitiva no respetar el turno del otro al hablar. Tampoco los datos objetivos ni la exposición de resultados de ideas geniales puestas en marcha, que quizás obtuvieron o no los resultados esperados, se suelen utilizar, y a lo más se llega a confundir la existencia y la vida de una sociedad con las estadísticas.

El mito democrático de la pluralidad se salda, en los debates, con representantes de diversas tendencias partidistas, que convierten el comentario de las noticias en una batalla política. 

También se olvida, como señala Hannah Arendt, que cada ser humano es un ser pensante que puede reflexionar y juzgar por sí mismo, y que el pensamiento implica un examen crítico de aquello que existe.

Con estos frágiles pilares pedagógicos, tanto por parte de políticos como de periodistas, poca información objetiva y veraz se puede ofrecer al oyente o espectador para que, conozca los hechos y los analice, al considerar las distintas lecturas y argumentaciones expuestas, y la debilidad o fortaleza de las mismas, y saque sus propias conclusiones. Más bien lo que ocurre es que quien escucha o ve salga confundido, desorientado y con una cierta sensación de pérdida de tiempo.

Además este tipo de espectáculos escenifican, como normalidad, lo que es un enfrentamiento bronco de posturas inamovibles que, más allá de las noticias, promueven la fractura de la sociedad, la dividen en bloques y contribuyen a la destrucción de la cohesión social.

En esta sociedad del ruido al parecer no cabe el respeto, el silencio,  la escucha atenta, ni la propia argumentación fundamentada. En definitiva, este deterioro de la información relevante, de las diversas lecturas y análisis riguroso que pueden tener las noticias, o las exposiciones de los políticos, convierten estas mesas redondas en un espectáculo de entretenimiento, en una sociedad mediática de actores y payasos, y en una manera de llenar el vacío de las horas, pues se carece del sentido común, y del sano juicio que contribuyen a crear una sociedad más madura.

Hay que advertir que una sociedad que prescinde de la buena educación, y destierra la razón y el conocimiento, el saber hacer, el saber ser y el saber cambiar, y que no sabe tender puentes ni llegar a compromisos por el bien común, es una sociedad enferma que camina hacia el suicidio con pasos firmes que pasan por enfrentamientos de baja intensidad, por una permanente confrontación destructora de la cohesión, y por una utilización perversa y partidista de los acontecimientos, en la que todos somos enemigos de todos.