Para muchos, recibir la invitación a un evento familiar es un engorro, para otros, algo menos acostumbrados a ser invitados, es una celebración. A una de estas celebraciones acudió recientemente un niño con autismo y su familia, y allí se vivió una escena que demuestra que el titular de este artículo es muy cierto. En un entorno rodeado de gente, sonidos de conversaciones y ambiente festivo, un niño con autismo puede verse saturado por múltiples estímulos que no sabe canalizar correctamente, y en estos casos, sus papás le ayudan proporcionándole un objeto de seguridad que le ayuda a estar cómodo y centrado. En este caso, su iPad (Dios tenga en su gloria a Steve Jobs por su invento) sirve a Rafael para poder llevar mejor el barullo de sensaciones. Pero no es el único al que le gusta la tablet.

Con autismo o sin él, a cualquier niño de 7-8 años le llama la atención el aparatito, así que al rededor del iPad, más que de su dueño, empiezan a revolotear otros niños, que se dirigen al portador pidiéndole interactuar con él... Uno quiere ver el vídeo que está viendo o cambiarlo, otro le propone jugar al Fortnite y un tercero piensa que si primero le pregunta el nombre, quizás consiga ser su amigo y desde ahí le resulte más fácil influir en él. Pero para todos la respuesta es la misma, el ya centro de atención de los demás niños busca apartarse del corrillo, se separa buscando un sitio tranquilo y emite un sonido grave e intenso, que no es un grito, pero que descoloca al resto. Como no puede ser de otra forma, el grupo de chavales empieza a murmurar y preguntarse qué está sucediendo.

Ser papá de un niño con capacidades distintas te convierte en un vigilante continuo, en un detector de situaciones y oportunidades, y esta sin duda lo era, así que el padre se acerca al círculo de niños desconcertados que empieza a formular sus teorías, y con una rodilla en tierra se pone a la altura de sus ojos y, siempre sonriendo, entabla conversación:

- Papá: Hola chicos, soy el papá de Rafael.

- Niño 1: Le he dicho hola, pero se ha enfadado, pero yo solo le he dicho hola, no le he dicho nada malo.

- Papá: Estoy seguro de que no le has dicho nada malo. ¿Sabes qué pasa? Él aún no habla mucho, dice algunas palabras, pero no habla y por eso no te ha contestado.

- Niño 2: ¿Y por qué no habla?

- Papá: Porque todos somos diferentes. Tú eres rubio, yo soy moreno, tu hermano tiene los ojos verdes y Rafael tiene autismo. Simplemente tiene otro ritmo de hacer las cosas, es distinto en algunas cosas y muy parecido en otras, le gusta la tablet y la pizza como a ti (una manchita de tomate le delata, y él la mira y sonríe).

Normalmente a estas alturas comienza un pequeño debate que a veces acaba de una forma y otras de otra, pero sin embargo, el giro de esta conversación no se hubiera producido hace unos meses:

- Niño 3: ¡Claro! Como los de la peli de Campeones, ¿no te acuerdas?

- Niño 2: ¡Ah si! Ellos hacen las cosas de otra forma, pero si practican hacen las cosas bien. Seguro que el año que viene Rafael ya está hablando...

A partir de ese momento ellos siguen hablando de la película, recordando escenas y riendo mientras salen de allí. Al pasar por su lado camino de la calle, todos ellos le hacen algún gesto cariñoso y le dedican un "adiós Rafael", "hasta luego tío"... Las miradas desconfiadas, los rumores que si no se interviene acababan en burlas y situaciones feas, de repente han desaparecido... y el papá se da cuenta que ya no hace falta su presencia, y que definitivamente, Campeones es mucho más que una película.

Ahora me toca confesar que cuando vi la peli me pareció que estaba muy bien hecha, pero no me gustó verla en el cine. Los momentos en los que más se reía la gente, me dolían. También me sucedió con la película Wonder. Pensé en algunos momentos que se hacía caricatura de ellos, pero estaba muy equivocado, ese no era el mensaje, eso no es lo que le quedó a la gente... y lo que es más importante, era un humor tan blanco que los niños acudían al cine a verla con sus padres, y sin darse cuenta recibían el mensaje. 

Luego llegaron los Premios Goya y le dieron un micrófono a Jesús Vidal, y la gente escuchó el mensaje, porque lo dijo de forma maravillosa. Y aunque al día siguiente de eso, los bordillos y las plazas para discapacitados seguían ocupadas por minuteros, esos de "solo es un minuto", y un humorista hacía mofa sobre una prostituta discapacitada, había algo que sobrepasaba lo esperado. Los niños habían visto esa película y habían conocido a Jesús Vidal. Llevo años diciendo que la falta de empatía de los adultos es una batalla perdida en muchos casos, y que debemos centrar nuestros esfuerzos en la siguiente generación, y para eso, para ayudar a que el futuro de Rafael y de todos los Jesús Vidal del mundo sea mejor, estoy seguro de que nos harán falta más ejemplos como Campeones, que a estas alturas, estarás de acuerdo conmigo, es mucho más que una película.

Colabora con el blog

Forma parte de los contenidos del Blog del Suscriptor
Escribir un artículo