El pasado 8 de junio Solasbide, que se integra en el movimiento internacional Pax Romana de intelectuales católicos, celebró en Pamplona su VI encuentro abierto. En esta ocasión sobre la ecología integral, con la encíclica Laudato. Si como eje inspirador, que nos sugirió dos preguntas a las personas comprometidas en diversas instituciones y actividades e invitadas a debatir en ambiente de pluralidad: ¿Qué tipo de iniciativas consideras que son interesantes, factibles, eficaces y que merecerían un fuerte apoyo social? ¿Crees que puede darse un cambio ecológico  sin un cambio personal y colectivo? ¿Qué aspectos de ese cambio enfatizarías?

En el debate hubo un amplio consenso. La situación de deterioro ambiental de nuestro planeta es dramática, exige una acción decidida de movilización de la opinión pública mundial, que todavía la ve con demasiada lejanía. Es imprescindible y urgente un cambio del modelo económico-social de producción y consumo, el actual nos conduce a un escenario sin salida, aunque es obvio que nos enfrentamos a un problema muy complejo. Toda actividad humana tiene efectos ambientales, efectos que interactúan, de difícil detección y medición, e incluso las medidas de protección a veces producen efectos perversos (como reciclar residuos, a menudo nos impulsa a producir más residuos y despreocuparnos de ellos). Cualquier reacción para cuidar el planeta ha de ser transversal, tanto desde la política, como desde el ámbito social, incluyendo a las empresas,  la tecnocracia,  los ciudadanos en su doble vertiente de actores políticos y sociales, como votantes y activistas, y muy especialmente como consumidores.

El cambio ha de ser global, exige que los compromisos de las cumbres internacionales dejen de ser sistemáticamente incumplidos, y a escala local que, aunque sea insuficiente, resulta imprescindible porque es donde se adoptan las medidas concretas y donde ofrecen alternativas que penetran en el tejido social. Un cambio no solo político, sino también cultural, de conciencia, de educación, una conversión a otros valores (austeridad, responsabilidad, biocentrismo) y hábitos (de trabajo,  consumo, movilidad, ocio). Un cambio personal y colectivo, estructural, que exigirá normas obligatorias, acciones legislativas e institucionales.

Pero también en el debate aparecieron cuestiones polémicas que dificultan y frenan poder avanzar en acuerdos operativos en la materia. El sistema económico basado en la competitividad y crecimiento, el consumismo compulsivo, y la degradación ambiental que provoca, tiene ganadores, sectores sociales que se benefician (minoría que acumula riquezas, países en desarrollo acelerado), y perdedores que pagan la cuenta (sectores empobrecidos, precarizados, países subdesarrollados). Ello implica que cualquier propuesta de cambio se enfrenta a determinados intereses económicos, que las alternativas vayan a encontrar resistencia entre quienes debieran soportar sus costes. Frente a lo que sugiere la propaganda política, ninguna medida puede favorecer a todo el mundo, no todos pueden ganar. Si pedimos solidaridad, quiere decir que algunos tendrán/tendremos que compartir y renunciar a algunos privilegios.

Los intereses económicos se trasladan al campo político. Es obvio que un cambio tan trascendente como el que proponemos exige amplios consensos políticos, a ser posible interpartidistas, pero dificultados por la oposición de intereses. Se lamentó el poco espacio que la cuestión ecológica ocupa en las campañas electorales, lo cual sin duda tiene que ver con que pedir sacrificios es impopular, el corto plazo es más practicable que la mirada al futuro lejano y que los cambios imprescindibles resultan contradictorios con otros mensajes más populares y asentados en la dinámica electoral.

La incógnita de hasta dónde estamos dispuestos a cambiar para salvar el planeta, y el futuro de la propia especie humana, resulta muy peliaguda. Necesitamos un nuevo paradigma que no alcanzamos a precisarlo. Unos defienden un Desarrollo Sostenible cuyos límites con el imposible crecimiento infinito a que nos aboca nuestro sistema de producción y consumo resultan poco claros. Otros hablan de Crecimiento Cero, pero quién dejará de crecer (los países desarrollados, los que están en desarrollo, los ricos, los pobres, todos) y qué cosas dejarán de crecer (¿el bienestar, la educación, la sanidad?). Se apunta también que el cambio exige la abolición del capitalismo, cuyos valores nos han llevado a la situación actual; pero otros creen que no cabe cambio fuera del capitalismo, que no hay otro sistema posible. Muchas cuestiones quedaron sin respuesta, pero nos siguen interpelando.

Con este pequeño resumen aportamos otro granito de arena a este imprescindible debate que a todos nos afecta. Como sugiere la Laudatio. Si, el planeta es la patria común, la humanidad el pueblo que habita una casa de todos.

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