Mesa de negociación formada por PP y Ciudadanos en Castilla y León esta semana. Efe
Ya se han constituido todos los Ayuntamientos de España, ya se ha dibujado el color político de cada ciudad. Con las recientes elecciones generales y autonómicas podemos hablar de un año electoral de libro.
Acuerdos, pactos, coaliciones, mezclas de siglas y colores… El nivel que ha acompañado a todo este encaje de bolillos ha sido el habitual en estos tiempos: muy bajo y, en ocasiones, indigno. Es la cruz que nos está tocando llevar a los contribuyentes en el duro calvario del panorama político del siglo XXI.
Hoy es el primer día de una nueva legislatura. Ha amanecido a las 6:35 horas, tal como estaba previsto, los pájaros han trinado en las copas de los árboles, los niños han entrado a las nueve en sus colegios, las piedras que tiramos a un lago se siguen hundiendo y los corchitos de las botellas flotando... Si alguien esperaba cambios, se ha llevado su primera decepción y, a buen seguro, no será la única, porque los que estamos viviendo en lo mejor de lo peor de nuestra vida ya hemos pasado por esto de las legislaturas más veces de lo deseado.
La amalgama de partidos es como tirar agua en un laberinto de vasos comunicantes, ya te puedes empeñar que, al final, estos vasos, aunque tengan distinta forma y volumen, van a tener todo el mismo nivel de líquido. Estos comerciantes de la política nada van a cambiar, la vida sigue su camino, la vida sigue igual porque van a dejar las cosas como estaban. Nada cambia hasta que algo no cambie.