Dudo mucho que  los  responsables  en premiar a quienes se lo merecen tengan la suficiente entidad para representar el desafío del cargo que ostentan. De igual manera dudo mucho de que estos mismos sean capaces de sentir apego con la labor vocacional de cuantos prestan servicio de protección a los demás. Lo peor de todo es una sociedad con dudas, porque la vacilación crea indiferencia ciudadana hacia  quienes deben impartir coherencia de gobierno. Al parecer el Ministerio del señor Grande-Marlaska les ha hecho la cobra a los guardias civiles destinados el 1 de octubre de 2017 en Cataluña. Y eso de ser así, créanme, no forma parte de una duda, sino más bien de una maldad discriminatoria.   

Parece ser que la Asociación Unificada de Guardias Civiles ha denunciado la desigualdad y el sesgo del trato recibido por los agentes en cuestión. Reivindican que sean condecorados con la Orden al Mérito Policial y la Orden del Mérito de la Guardia Civil, mientras que el Ministerio del Interior pasa olímpicamente y los méritos contraídos han ido a parar a la papelera de reciclaje.

Hay autoridades políticas gobernantes que transitan por la vida de los demás como psicofonías de un misterio sin resolver. Lo peor es que ni existe misterio ni tan siquiera evidencias de sombras de sospecha. Es lo que se conoce como joder la existencia a quienes no son de su corte. Por supuesto que los guardias civiles cumplieron con su deber, pero haciéndolo en condiciones de un enorme sacrificio nunca exento de riesgo y sometidos a la presión de hostilidad que todos sabemos. No es de recibo que toda esa encomiable labor esté dentro de un salario, pero los advenedizos siempre actúan de igual manera cuando la medalla se reserva para honrar otros favores de mayor rango mediático.  

Nos han acostumbrado a dudar como terapia de hacer valer lo contrario a lo correcto. Hoy, al igual que ayer, lo mismo que siempre, un guardia civil, como cualquier otro miembro de un cuerpo de seguridad del Estado, está al servicio de quien más lo necesita, ya sea de uniforme o de paisano; sin embargo, para quienes discriminan a los servidores públicos de orden, parece que la existencia de estos agentes es poco menos que un elemento decorativo. De vergüenza. 

Si quienes tienen la obligación de defenderles e incluso condecorarles por su labor se limitan a recompensarles con una palmadita en la espalda, poco o nada pueden luego exigir, ni a la Guardia Civil, ni a cuantos  ciudadanos admiramos y respetamos la impagable labor que desempeña dichas fuerzas de orden público. La vocación se vuelve pasión cuando el pundonor tiene el refrendo del que bien te protege; sin embargo, cuando la lealtad y el celo profesional son ignorados por quienes deben premiar, el agravio comparativo por lo injusto crea desánimo. Me consta que lo  de Cataluña fue un trabajo policial durísimo no exento de presiones, provocaciones e incluso agresiones físicas y psicológicas. Difícil digerir durante semanas la escalada de violencia habida, como vengo diciendo, en unas circunstancias tan adversas como delicadas. 

Estoy convencido de que algunos de estos gobernantes de nuevo cuño no han tenido el privilegio de hacer el servicio militar. Sería recomendable para compensar el talento mórbido que atesoran. En la mili se perdía la ignorancia a cambio de encontrar el cumplimiento del deber y su justo reconocimiento. Está claro que a ciertos políticos les importa un carajo que el agente o la agente Gutiérrez mantenga la dignidad de sus actos, defiendan la Constitución o si por ello acaban malheridos en el mejor de los casos. Para los que gobiernan todo está dentro del sueldo, eso sí, las condecoraciones más bien a título póstumo, a regañadientes y con el minuto de silencio por aquello del protocolo. Maldita la gracia. 

Por cierto: ¡¡Viva la Guardia Civil!! Quede claro.

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