Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, segundos antes de firmar el acuerdo.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, segundos antes de firmar el acuerdo. Paco Campos EFE

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Tras el 10-N

Mario Martín Lucas
Publicada

La nostalgia impone, de cuando en cuando, la añoranza del pasado y con frecuencia se oyen citas del tenor de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. De hecho muchos, al menos muchos más que menos, de quienes han participado en las segundas elecciones generales celebradas en España en el año 2019, podrían volver a la casilla del 28-A, en lugar de mantenerse en base a los resultados obtenidos el 10-N. Comenzando por las dos opciones que, menos de 48 horas después de ser públicos éstos, han avanzando un acuerdo fulgurante para un Gobierno de coalición, justo el escenario para el que fueron incapaces de ponerse de acuerdo durante seis meses, con dos debates de investidura de por medio, en julio y en septiembre. Como recoge el refranero popular español: “Para ese viaje no es menester (no se necesitan) alforjas”.

PSOE y Podemos, a través de sus líderes, Sánchez e Iglesias, han anunciado, en la mañana del martes siguiente al domingo electoral, un Gobierno de coalición, con el segundo como vicepresidente del mismo, que, aún no siendo ninguna anomalía a lo habitual en muchos países de Europa, sí sorprende que ahora sea posible, cuando la sola idea del mismo, hace pocas semanas, hacía difícil que el presidente en funciones conciliaría el sueño en el Palacio de la Moncloa. Una pena, sin duda, porque el escenario para ello, objetivamente era mucho mejor entonces que ahora, con más escaños ambas formaciones, tres más por parte del PSOE y siete más por parte de Podemos, además de haberse evitado alentar la subida electoral de Vox.

Aunque sin duda, si por algo se recordarán estas elecciones será por el hundimiento, sin paliativos, de Ciudadanos que después de llegar a alcanzar los 57 diputados a través de conseguir la confianza del voto de 4.155.665 españoles, se ha desplomado, perdiendo el apoyo de 2.518.125 de ellos, lo que ha propiciado la dimisión de su líder, Albert Rivera, además de su abandono de la política, pero eso sí, sin dar ni media explicación, quizás porque su ego no se lo permite. Pero hay muchas preguntas que debería responder, la más obvia ¿por qué su ‘patriotismo’ no le llevó a pactar un gobierno con el PSOE, contando entre ambos con 180 diputados que suponían mayoría absoluta y ponían “a tiro” la tan cacareada estabilidad?.

Con todo nada fue tan alocado como cambiar, por su decisión personal, la linea política de un partido con más de cuatro millones de votantes, pasando desde la socialdemocracia, primero, a la internacional liberal, para luego litigar dentro de las formaciones conservadoras por su liderazgo, participando en el famosa foto de Colón, con Casado y Abascal, de la que éste último es el único que ha sacado suculentos réditos.

Pero el derrumbe de Ciudadanos no tiene que dejar de poner perspectiva a la pérdida de peso de los llamados partidos de la nueva política que irrumpieron en las elecciones generales de 2015, en las cuales el sumatorio de Podemos, sus confluencias e Izquierda Unida, además de la formación naranja de Albert Rivera, alcanzó casi diez millones de votos (9.654.022). En éste 10-N, el sumatorio de los representantes de aquella nueva política, Ciudadanos, Podemos y Más País ha sido, prácticamente, de la mitad (5.311.780). Una nueva política cuyo representantes parecían capaces de ponerse de acuerdo, de forma transversal, rompiendo el tradicional eje derecha/izquierda, pero que ha terminado facilitando una polarización hacia los extremos.

Los problemas de la gente siguen vigentes, y lo que hay son más profesionales de la política en estructuras de un mayor numero de partidos, lo cual se alinea, a la vez, con una mayor atomización de formaciones, hasta el punto que en el Congreso de los diputados recién elegido, se sentarán dieciséis marcas distintas.

El fenómeno representado por Vox en España no es nuevo, ni en Europa, ni en el mundo, pero en países como Alemania o Francia sí ha habido un consenso entre formaciones democráticas conservadoras, liberales y socialdemócratas para no formar mayorías, con aquellos, por intereses en algún “lander” o “groupement économique” concreto, más allá de nombres o etiquetas como “cordones sanitarios”. Y como siempre en la vida, los políticos deberían tener una visión de largo plazo y no, permanente, llevar las luces cortas encendidas.

El nuevo Gobierno parece que empezará a andar a primeros del año 2020 y aunque se anuncia constituido para encarar un proyecto de legislatura a cuatro años, hay demasiados temas en los que las posiciones entre los dos partidos que lo inspiran pueden tener sensibilidades distintas, desde Cataluña (aún dentro de la Constitución), a la política económica, con especial mención a los compromisos asumidos con la Unión Europea, materia laboral, inmigración, etc… Quizás el deseo real, tanto de Sánchez, como de Iglesias, sea constituirlo, empezar a rodarlo y que las disensiones que acaben con la legislatura permitan, al menos, aprobar unos nuevos presupuestos …¡y si son dos, albricias!.

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